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ANSIEDAD-ESTRES-NERVIOSISMO: APRENDE A DIFERENCIARLO

Normalmente las personas que se encuentran en un estado de agitación pasan a denominarlo “ansiedad”, aunque hay diferentes formas de sentir esa activación que puede dar lugar a estados distintos.

Y como es bien sabido: “a cada perro, su collar”. No es lo mismo la forma que afrontaremos un estado de nerviosismo, que una situación de estrés, que un trastorno de ansiedad.

A este respecto, últimamente escucho a muchas personas, especialmente a las que van al gimnasio, que lo hacen para reducir el cortisol.

Primero vamos a centrarnos en las diferenciaciones entre ansiedad, estrés y nerviosismo, y luego os contaré formas sanas y agradables de reducir el cortisol.

Un estado de nerviosismo supone una preparación de nuestro cuerpo y mente ante una situación que requiere la utilización de todos nuestros recursos.

El cuerpo y la mente se preparan hacia una situación que considera que requiere “toda nuestra artillería” física y mental para enfrentarnos a ella.

Nos ponemos nerviosos ante un examen, ante una entrevista de trabajo, la primera vez que subimos a un avión o en la primera cita con alguien que nos gusta… Ese nerviosismo no es malo, es adaptativo y nos moviliza.

Sin embargo, en el caso de estudiantes o de opositores, el nerviosismo puede llegar a producirles un bloqueo, porque esa activación que sirve para mejorar el rendimiento se dispara ante pensamientos que sabotean su desempeño, haciéndoles incapaces de concentrarse.

Así que el nerviosismo es bueno, y nos hace diferenciarnos tremendamente de una vaca pastando, que parece que en vez de sangre tuvieran horchata en las venas. Gozan de paz interior.

En el caso del estrés la situación empeora. Supone una sobrecarga física y mental ante una acumulación de tareas, responsabilidades y demandas del medio. La persona suele actuar de forma errática, sin poder organizar su tiempo y la sensación es de ir por la vida como “pollo sin cabeza”.

Las personas con estrés suelen tener poca paciencia, un carácter un poco brusco y se sienten completamente desbordadas y no pocas veces resentidas pensando que su gran cantidad de tareas se debe a la inacción de otras personas.

El estrés produce dificultades para dormir, en ocasiones consumo de sustancias que tienen un efecto teórico de “relajación”, agotamiento, pérdida de interés por las actividades gratificantes (para las que no se cree que se tenga tiempo) y a veces conductas sexuales caracterizadas por la inapetencia o la compulsión hacia el sexo como forma de liberación de tensión.

Hay técnicas de afrontamiento del estrés muy potentes que nos ayudan a categorizar la importancia de las funciones, a priorizar su ejecución, a bajar su ritmo de autoimposición y reevaluar su propia vida.

En último lugar tenemos el trastorno de ansiedad. En él se dan componentes físicos muy marcados y que pueden causar mucha alarma en una persona con ese trastorno.

Dolores en el pecho que se interpretan como ataques al corazón, vértigos psicógenos (falta de estabilidad), dolores en el estómago, emisión involuntaria de heces, entumecimiento de las extremidades, dolores intensos de cabeza…

Estos serían algunos de los síntomas físicos de la ansiedad, que inquietan al que los padece hasta la focalización constante en esos síntomas. A veces están, a veces se les llama.

Unido a los síntomas físicos tenemos la interpretación catastrófica de las situaciones: una anticipación de situaciones en términos negativos. El “y si” seguido del absoluto desastre es la forma habitual de pensamiento de personas con ansiedad.

El mundo, la vida, se convierte en algo amenazante, incontrolable, en el que casi con toda seguridad algo va a salir entre mal y peor. La persona se siente en peligro de forma constante, le cuesta la racionalización de los pensamientos (no todas las situaciones acaban mal, a pesar de su convicción).

La ansiedad puede estar en la base de trastornos de tipo obsesivo como el TOC, la hipocondria, los trastornos del comportamiento alimentario, etc.

El tratamiento del trastorno de ansiedad tiene que incidir tanto en los pensamientos irracionales como en enseñar al paciente a no luchar contra los síntomas físicos de la ansiedad (es como alimentarla).

La parte de los síntomas no puede intervenirse desde “la lucha contra ellos”, la forma más correcta es la aceptación de la existencia de esos síntomas, la comprensión de los motivos por los que aparecen.

Si no les haces caso, se van, porque es algo que está alimentando la persona de forma casi obsesiva.