PREPARACIÓN PARA EL DUELO
Cuando vemos que nuestros seres queridos se van haciendo mayores, entramos en un estado de preocupación y anticipación del miedo que nos va a suponer la pérdida
Ver cómo se van apagando, perdiendo facultades, siendo cada vez más vulnerables es un choque de realidad difícil de asimilar.
Unas personas están centradas en proporcionarles los cuidados necesarios, tarea tremendamente difícil por la dificultad de acceso a los recursos públicos, lo desorbitado del precio de las residencias privadas o el deseo de seguir viviendo en casa.
Compaginar el cuidado de un anciano dependiente con el trabajo y el cuidado de la familia desgasta, produce un estado de indefensión en los hijos/as o familiares que tienen que buscar soluciones y multiplicarse dejando atrás su propia vida.
Los cuadros de ansiedad y depresión son comunes en las personas que tienen la responsabilidad de proporcionar cuidados a una persona en el período final de su vida.
Pero hay algo muy importante que se vive en silencio, de lo que no se habla y se siente: el miedo a la pérdida. Pensar en que nuestros mayores van a fallecer produce una tristeza anticipada que las personas piensan que no van a poder superar.
Prepararse para el duelo, comprender que lo que se hace por nuestros mayores cuando nos necesitan, puede hacer que nos reconciliemos con su partida, que comprendamos su necesidad de descansar.
Haz cuando puedas, no llores lo que hiciste.
Por otra parte, la vivencia de una pérdida como interiorizar a esa persona, saber que está a nuestro lado y que la diferencia es que no podemos verla, puede resultar un alivio en nuestro sufrimiento.
Cambiemos el “no voy a volver a verla” por “siempre va a estar en mi corazón, en mi cabeza, dentro de mi”.
Os dejo un fragmento de un poema de San Agustín que personalmente a mi me dio consuelo y que hoy en día suelo recomendárselo a mis pacientes para que tengan una visión distinta de ese momento de duelo.
LA MUERTE NO ES EL FINAL
La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado.
Yo soy yo, vosotros sois vosotros.
Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo
Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. No uséis un tono diferente.
No toméis un aire solemne y triste.
Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí.
Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.
¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista?
Os espero; No estoy lejos, sólo al otro lado del camino.
¿Veis? Todo está bien.
San Agustín de Hipona