RUPTURA DE PAREJA: CUANDO NO QUEREMOS VER LAS SEÑALES
Cuando una persona decide zanjar una relación, no nos engañemos, no es fruto de un impulso o de un capricho (habría que diferenciar de los dañinos “calentones” con amenaza incluida, que no son sanos ni responsables).
Una persona toma la decisión de abandonar la relación tras muchos intentos de cambiar las cosas, de hacer ver a la otra persona que no es feliz, que las cosas no marchan bien, que se está produciendo una distancia.
Sin embargo hay quien no toma en cuenta estas advertencias, son como los futbolistas, que tras veinticinco advertencias les pitan la roja y todavía se muestran incrédulos.
Las personas que no toman en cuenta los avisos de que las cosas van mal ni hacen nada por mejorarlas, simplemente no están considerando la posibilidad de que la ruptura se produzca.
Ellos/ellas han conseguido establecer en la relación una zona de confort a medida de sus necesidades, y tampoco están dispuestas a los esfuerzos, se sienten tan cómodos que piensan que nadie rompería una situación así.
A veces ni se plantean si el amor perdura, si la relación es gratificante, si era esto lo que desearon: la rutina les resulta segura y se autoconvencen de que ésta es la vida que siempre quisieron tener.
Pero la relación es de dos, y si la balanza se desequilibra, se produce el temido momento del “te dejo”.
Aquellas personas que han hecho caso omiso a que algo no iba bien, han adoptado la técnica de la avestruz que esconde la cabeza: no han querido darse cuenta, no han querido escuchar y no han querido solucionar los problemas, y ahora viene el momento delicado: el llanto y el crujir de dientes.
El miembro de la pareja que ha decidido acabar con todo lleva un proceso de desgaste en el que a pesar de sus intentos de que las cosas funcionen ha sentido impotencia, frustración y en muchos casos rencor.
No es que quieran el mal de la otra persona: simplemente necesitan con desesperación aire fresco, sentirse escuchados, comprendidos, apoyados, algo que no han tenido y que se ha ido haciendo tan patente como para que su decisión normalmente sea firme, a pesar de las promesas de cambio de la otra persona.
Cuando se plantean las situaciones así (que es un tipo de ruptura distinta a las discusiones diarias, infidelidades o problemas derivados de adicciones, etc), las rupturas por distanciamiento y desgaste, pueden llevar a situaciones en las que la persona abandonada actúa con muy poca madurez.
Suele adoptar la posición de víctima, rogar a su pareja, intentar de repente hacer todo aquello que se le demandaba durante años, pero ya no hay solución.
En estos casos suelen caer en situaciones de depresión y de ansiedad: tienen miedo al futuro, a la vida en solitario, a “quedarse solos” (qué egoísta es este sentimiento).
Es difícil que puedan hacer una labor de introspección que les lleve a comprender que el “fuera de servicio” llega por muchas cosas en las que su responsabiidad es un factor importante.
Pero es absolutamente necesario que recapaciten, seguir hacia adelante como víctimas inocentes les hará caer en los mismos errores y en las mismas tragedias.
El “no voy a poder”, “no soy capaz de afrontar esta situación”, “qué va a ser de mi a partir de ahora”, son quejas habituales.
Enseñarle a la persona a darse autoinstrucciones positivas, a buscar solución a los problemas prácticos que se le plantean es necesario para que poco a poco pueda ir recuperando la autoestima.
También es habitual que busquen el consuelo en sus allegados, algo que en principio es muy positivo, pero esa forma de ser, un tango egoísta hace que en realidad sólo quieran ser escuchados, no aconsejados.
Y ser escuchados como un taladro, sin reparar en que entre la escucha y la comprensión de un amigo o familiar y convertirte en el/la enfermera de la persona abandonada va un mundo, puede llegar a producir rechazo en los allegados que se sienten saturados.
El “no puedo” es un claro “ni lo voy a intentar”, y la persona lo primero que tiene que tener en cuenta es que no está ante una situación hipotética, está ante una realidad en la que no cabe el “me enfado y no respiro”.
Hay que tomar decisiones, aprender a salir lloradito/a de casa, analizar los problemas con los que nos encontramos, hacer cambios en la forma de vida, pedir ayuda si es necesaria para ir dando forma a una nueva trayectoria personal que nos haga crecer como personas, como seres humanos capaces de vencer las adversidades y superar el dolor.
El histerismo en estas situaciones agrava el problema. Cuando una persona entra en pánico y lo ve todo como insuperable, cada vez se encuentra más desesperada y ansiosa, es incapaz de tomar decisiones, duda de todo, pensar en mover un dedo ya le supone una hazaña épica.
Necesita recuperar la calma, y entender que, efectivamente está pasando por una situación muy desgraciada, pero mantener la calma, pensar en soluciones poco a poco, aceptar el mal momento con la confianza en un futuro mejor, le hará más llevadero el momento.
Especialmente importante es este tipo de rupturas cuando hay hijos. Involucrarles, hacerles ver nuestro malestar, nuestro miedo, llorar por las esquinas, puede tener consecuencias desastrosas.
Los chicos pueden sentir miedo del futuro al darse cuenta que uno de sus progenitores “no pilota” en absoluto, pueden perder el respeto o sentir desprecio hacia la actitud que toman.
Es lógico que sepan que el núcleo familiar está pasando por una situación dolorosa, que a ellos mismos les atañe, pero añadirles dolor por la impotencia de ver el sufrimiento extremo de uno de sus progenitores no hace bien a nadie.
Si alguien cercano a ti sufre una desgracia, le animas, le intentas insuflar fuerzas, le haces sentir capaz de superar la situación.
Eso mismo tienes que hacer contigo: darte autoinstrucciones positivas, planificar formas de pasar el trago (que no es eterno) de la mejor manera posible.
No caer en catastrofismos sobre una vida solitaria (siempre me acuerdo de la pobre señora que los cangrejos le comían las ropas en el Muelle de San Blas).
Es normal el dolor, es normal la decepción, y el miedo, pero el miedo no puede paralizarte: analiza, pide ayuda, haz un plan para resurgir, céntrate en los pequeños avances, date pequeños caprichos, SIÉNTETE ORGULLOSO/A DE TI.
La histeria nubla la razón, impide pensar, conduce al pánico, pero recuerda: estamos hablando de algo que ya está pasando, no es momento de perder el norte, es momento de centrarse, sufrir, tirar y esperar a un futuro que va a ser tuyo y va a ser bueno.