NIÑOS EXPUESTOS A VIOLENCIA FAMILIAR
El conflicto interparental afecta la implicación, el apoyo, la disciplina y el control que los padres tienen con sus hijos.
Vivir en un ambiente hostil y violento es muy debilitante para la víctima (en este caso nos centramos en la mujer y la violencia doméstica).
Ella tiene que centrar toda su atención y energía en evaluar el estado emocional de su compañero y su estado de ánimo (propensión a la violencia), así como defenderse a ella misma y a sus hijos de ataques verbales y físicos.
Como es lógico, al vivir en este ambiente, la víctima se preocupa de necesidades y seguridad, descuidando las necesidades de sus hijos. Otro problema de estas familias es la inconsistencia en la educación del niño.
A veces la madre se comporta de manera completamente diferente cuando está sola con sus hijos que cuando está presente el padre.
Además de esto, en muchas ocasiones existen problemas adicionales a los que enfrentarse, como pueden ser divorcio, problemas económicos, desempleo, riesgo de desalojo de casa, etc.
Todos estos factores pueden influir en la capacidad de la madre para dar respuesta a las preocupaciones y miedos del niño.
De esta forma, la inconsistencia, ineficacia y ausencia de respuesta de los padres a la satisfacción de necesidades del niño, afectan al desarrollo de vínculos afectivos hacia las figuras de apoyo, algo imprescindible para que el niño desarrolle sus competencias y un funcionamiento adaptativo.
Ante este tipo de vinculación, es probable que los niños sean más vulnerables a padecer estados afectivos variables, imprevisibles y negativos.
Esta negatividad emocional se traduce en un rechazo hacia los padres, y varía entre hostilidad manifiesta a aislamiento y negligencia, asociada a varias formas de inadaptación del niño, incluyendo pasividad, baja autoestima y control, falta de confianza y baja competencia social.
Cuando se produce una disrupción de este tipo en la vinculación, el niño experimenta una rabia intensa, ansiedad, miedo y luto, que impide que el niño pueda desarrollar confianza y una vinculación (apego) segura hacia su cuidador.
La vinculación débil conduce al desarrollo de patrones de regulación afectiva inadaptativos, como el aislamiento, evitación, intimidación y agresión, que por su parte impiden al niño una vez convertido en adulto, involucrarse en relaciones que requieren intimidad.