La comunicación entre aquellas personas que son importantes para nosotros a veces se distorsiona y desvirtúa. La rutina, la convivencia, el día a día nos hace establecer una comunicación que más bien se parece en ocasiones a una lucha de poder que a una comprensión empática y una búsqueda de soluciones compartidas.
En las relaciones de pareja, con los hijos, con amigos, podemos entrar en una dinámica en la que, ante determinadas situaciones, nos convertimos en “lectores de mentes”, dando una interpretación de lo que ha sucedido que puede no estar ajustada a la realidad, que filtramos de forma negativa pensando que los motivos de la otra persona para hacer algo son para fastidiarnos o dañarnos o por falta de tacto o de comprensión y nos lanzamos a la piscina de los reproches pensando que “nuestra verdad”, aquella que nace de un turbante y una túnica de tarotista, es la realidad, lo que nos lleva al enfrentamiento y al enfado (y claro, ya subidos al carro de sentirnos heridos, para qué escuchar a la otra persona), mejor unos gritos y reproches para aderezar la situación….error.
Cuando surge un conflicto, un malentendido, una situación que nos ha dañado, el truco definitivo para llegar a un buen entendimiento (y pasar por una persona con capacidad de escucha), es simplemente expresar aquello que nos ha molestado desde el “yo me siento así por esto que ha pasado”. Descartamos el “tú lo que quieres es fastidiar”, “no me tienes en cuenta”, “no eres capaz de un mínimo de consideración” por la expresión de nuestra emoción ante el hecho que nos desagrada.
Este cambio de actitud permite que la otra persona se explique, nos ponga en situación de porqué ha actuado de determinada manera o cuales eran las verdaderas intenciones para actuar de esa forma que nos ha dañado.
Normalmente nos sorprenderá que la comunicación desde el yo genera diálogo y no discusión, que nos dota de la capacidad de escuchar, comprender y hasta ponernos por un minuto en los zapatos del otro para comprender la motivación de sus actos.
Os recomiendo que probéis esta sencilla técnica: aparte de mejorar la comunicación y las relaciones, nos ayuda a ser personas menos enfrentadas con el mundo, menos a la defensiva, a entender que lo que consideramos ataque puede ser simplemente una situación que no merece un disgusto.
A fin de cuentas, la vida ya tiene suficientes baches para que vayamos haciendo socavones a pico y pala.
Suerte en el agradable cambio de la discusión al diálogo, y acordaros que no sois El Mentalista!