La familia juega un papel muy importante tanto en el origen como en el mantenimiento de los Trastornos del Comportamiento, y será por tanto uno de los elementos básicos a tener en cuenta, tanto en la evaluación de estos trastornos,como en su respuesta educativa.
Estas familias necesitan que se comprenda su situación, ya que habitualmente se prejuzga y se presupone que las conductas inadecuadas de su hijo son producto exclusivo del estilo educativo de estos padres y madres.
Es importante señalar que los trastornos de conducta no pueden atribuirse simplemente a pautas de crianza inadecuadas, sobre todo en relación al alumnado que presenta TDAH, cuyo origen depende principalmente de factores neurobiológicos.
Las pautas educativas familiares, aún siendo un factor clave, interactuará con otros factores tanto individuales (por ejemplo el temperamento del niño, o sus características cognitivas) y sociales (contexto social desfavorecido, la propia desestructuración familiar, modelo sociales inadecuados...), siendo dicha interacción y retroalimentación lo que dará lugar a dichos trastornos.
El peso de cada uno de estos factores variará en los distintos casos. Así, por ejemplo, las mismas pautas de crianza pueden generar un mayor o menor problema según incida sobre un niño con un temperamento u otro, o con una forma y capacidad de procesar la información u otra.
De igual manera, los niños y adolescentes con determinado temperamento, generan una situación familiar que a menudo conlleva el refuerzo o la intensificación de las pautas inadecuadas.
Si bien, uno de los factores más relacionados con la aparición de los Trastornos Graves de Conducta según el modelo etiológico de Russell Barkley (2004), son las pautas de crianza inadecuadas como:
• Uso inconsistente e impredecible de las normas.
• Refuerzo positivo, a menudo involuntario, de las conductas inadecuadas o desafiantes, que pueden servir para mantenerlas e incrementarlas en futuras interacciones.
Es el caso de las familias que atienden los deseos, demandas o exigencias de los hijos o hijas para evitar un enfrentamiento con ellos, o para que dejen de “montar el espectáculo” en una tienda, restaurante u otro lugar público.
El niño o adolescente ha conseguido lo que quería porque ha discutido o tenido una rabieta y éste es obviamente el camino por el que los padres o madres aceleran la adquisición y mantenimiento de la conducta desviada.
• No reforzar ni atender positivamente las conductas adecuadas, e incluso, criticarlas irónica o sarcásticamente cuando las realiza: “mira, hoy ha recogido el cuarto el señorito”.
• El castigo inconsistente e impredecible de la conducta sea prosocial o antisocial, así como la recompensa intermitente e impredecible. Es lo que se ha denominado “crianza indiscriminada”, en la cual el niño o adolescente es castigado tanto si obedece como si no.
Estos métodos crean una gran impredecibilidad social dentro de la familia y especialmente en la relación padres, madres con sus hijos.
Cualquier respuesta del niño en una situación que consiga reducir la impredecibilidad, incluso si provoca una respuesta desagradable del padre o la madre, será reforzada negativamente y así incrementará su frecuencia.
Por lo tanto, puede dar una respuesta desafiante y agresiva a los padres o madres porque esta conducta incrementa la predictibilidad en la relación entre ellos. Parece probable que el adolescente desafiante haya aprendido esta misma estrategia.
• Una pauta constante de interacción agresiva entre padres o madres y sus hijos, puede convertirse en una escalada simétrica, es decir, ir aumentando en intensidad progresivamente.
Esto ocurre cuando el niño o adolescente ante un estímulo aversivo (que provoca molestias) o agresivo, emite una repuesta más agresiva que termina con dicho estímulo agresivo o aversivo. Es un refuerzo negativo (conducta que consigue eliminar un estímulo negativo o “castigo”).
Así por ejemplo, cuando los padres y madres intentan imponer una orden como hacer una labor del hogar o limpiar un dormitorio en el momento en que el adolescente está viendo su programa de televisión favorito o jugando con un videojuego, éste suele considerar aversiva esta orden.
Entonces el adolescente puede oponerse, resistirse o escapar de alguna forma de la demanda de los padres y madres mediante discusiones, desafíos, agresiones u otras conductas coercitivas que consiguen retrasar el cumplimiento de la orden.
Consigue escapar de la petición u orden, aunque sólo sea temporalmente, reforzándose negativamente la conducta oposicionista. La próxima vez que le pidan al adolescente hacer algo, la probabilidad de que el adolescente se resista ha aumentado.
Cuanto más insista el padre o la madre en repetir la petición, más intensa será la resistencia del adolescente, debido al éxito precedente para escapar o evitar la acción especificada en la orden.
Muchos padres o madres pueden finalmente ceder ante este tipo de conducta coercitiva. Se hace necesario no ceder en ninguna orden con un adolescente que está adquiriendo una conducta respondona y resistente.
Este es el mecanismo por el que se instauran muchas conductas oposicionista, desafiantes o agresivas.
Por aprendizajes de escape/evitación (refuerzo negativo) y se mantiene porque a menudo tiene éxito al conseguir evitar actividades desagradables pedidas por los padres o madres.
A veces, se puede producir una conducta agresiva o coercitiva de los padres o las madres hacia el adolescente desafiante por medio del mismo proceso.
En este caso, aquellos pueden haber conseguido ocasionalmente, que el niño, la niña o adolescente desafiante deje de discutir, lloriquear, rechazar o hacer una rabieta y obedezca una orden por haber empleado gritos, aullidos o incluso agresiones físicas al adolescente.
Los padres pueden haber descubierto que, aumentando rápidamente la intensidad de su conducta negativa hacia el adolescente, es más fácil que el adolescente se rinda y obedezca, especialmente si el adolescente contraviene inicialmente la orden.
De ahí que, en ocasiones posteriores, los padres puedan aumentar muy rápidamente la intensidad de la conducta negativa hacia su hijo, por la historia de éxitos habidos en acabar con la conducta negativista.
Como resultado de todo ello, estos enfrentamientos intensos y emocionalmente cargados, pueden desembocar en ocasiones en agresiones o abusos físicos hacia el menor por parte del padre, o en violencia de los hijos hacia padres.
• Falta de supervisión de las conductas de los hijos, sobre todo las que se desarrollan fuera de casa, que les lleva a veces a desconocer lo que hacen.
Puede ocurrir, que los padres y madres de los hijos con problemas de conducta, al sentirse agotados, resentidos o impotentes ante dichos problemas eviten relacionarse con ellos o ellas para tener menos enfrentamientos, y acaben inhibiéndose de la educación de sus propios hijos o hijas, pasando menos tiempo con ellos, incluso menos tiempo de ocio y de actividades recreativas.
En resumen, los padres pueden reducir considerablemente la cantidad de esfuerzo que invierten en supervisar el comportamiento del hijo para no tener que afrontar esas situaciones.
• También ocurre simplemente que algunos padres no han invertido tiempo en ejercer su papel de padres o madres, posiblemente porque fueron padres a una edad más temprana de lo normal, por su inmadurez social, exceso de trabajo, o por padecer trastornos psicológicos o psiquiátricos.