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VÉRTIGOS PSICÓGENOS: CUANDO LA ANSIEDAD PRODUCE MAREOS

De forma mucho más frecuente de lo que podría parecer, acuden a consulta pacientes que relatan sufrir “vértigos”.

Obviamente en todos los casos estas personas han acudido previamente a especialistas en neurología y otorrinolaringólogos, que les han sometido a todo tipo de pruebas y exploraciones sin encontrar una causa física en su dolencia.

Es frecuente que acudan a diferentes especialistas porque no se quedan conformes con la opinión de no sufrir un cuadro médico, dada la existencia de esos vértigos.

Cuando varios especialistas han estado de acuerdo en que no existe etiología física, y les indican que sus mareos tienen un componente emocional, les cuesta mucho aceptar esta situación, no encuentran la relación entre algo tan físico como es el vértigo y la mente.

Estas personas padecen los llamados vértigos psicógenos. Estos son los síntomas:

  • Sensación repentina de mareo

  • Aturdimiento

  • Sensación de que todo da vueltas

  • Miedo a desmayarse

  • Inestabilidad

A partir de estos síntomas empieza un “calvario” para ellos. Dado que la situación en la que se van a producir estos “vértigos” es inesperada, comienzan a obsesionarse con la posibilidad de sufrir un mareo. En muchas ocasiones tienen miedo de caerse redondos, cosa que es altamente improbable que suceda.

La parte de tratamiento psicológico de los vértigos psicógenos, comienza con hacer comprender al paciente que no sufre de vértigos, que les podemos llamar “mareos”, o algo incluso más suave como inestabilidad.

La sensación física como tal suele durar unos pocos segundos, otra cosa es la persistencia en la mente de las personas, lo que les hace considerar que esos mareos duran mucho más tiempo de lo que realmente sucede.

Cuesta que consigan discernir entre la sensación física: corta y el malestar psicológico asociado: largo.

La persona suele comenzar una espiral de preocupación respecto a los mareos que les hace testarse nada más levantarse, en busca de los síntomas de inestabilidad.

Como es lógico, a nivel mental esto supone una situación de estrés, de ansiedad anticipatoria, lo que produce hiperventilación y contracciones musculares que puedan comprometer al sistema vestibular (que no está en absoluto dañado).

Es como si llamáramos a esa sensación de mareo, como si nuestra mente lo provocara.

A continuación la persona empieza a evitar situaciones en las que tiene que permanecer de pie, haciendo cola, etc, porque de forma previa a que esta situación suceda, anticipan que van a marearse, y claro, la expectativa de marearse produce ansiedad, la ansiedad hiperventilación y ya tenemos el mareo servido.

Normalmente la terapia psicológica suele abordarse junto con antidepresivos tipo ISRS, pero no todos los pacientes desean tratamiento farmacológico, y hay que realizar el tratamiento psicoterapéutico en solitario.

Es importante, fundamental, que la persona sea consciente de que los síntomas de la ansiedad son tremendamente obedientes: el paciente reclama el síntoma y éste aparece, hemos hecho una maravillosa pescadilla mordiéndose la cola, y por algún lado tendremos que cortar la pescadilla para evitar la retroalimentación.

Yo soy una firme defensora de entender la ansiedad como un monstruito que nosotros alimentamos: si le hacemos caso se hace fuerte y nos controla, si lo percibimos pero decidimos no hacerle caso, como un dolor de cabeza que sentimos pero que continuamos con nuestra vida, la ansiedad desaparece, se va, siempre encontrará víctimas más propicias.

De esta forma si somos de los pacientes que nos ha tocado la china de sentir “vértigos” como expresión de la ansiedad (hay muchos órganos diana, y diversas expresiones de la ansiedad). lo primero es reducirlos al apelativo un poco despectivo de “mareillos”, y ser conscientes de su duración física.

También es importante quitarle los “superpoderes”: tenemos miedo de caernos redondos….¿cuántas veces nos ha sucedido?: ¿ninguna?, pues ya son ganas de estar pensando en algo que no tiene por qué suceder.

Te caes redondo cuando tienes un síndrome vasovagal y ves una aguja, lo comento porque el tratamiento de este problema es tan sencillo como la activación periférica previa al momento de la inyección, y de todas formas, son cosas completamente diferentes, pero que también dramatizamos.

Bien, estamos quitando los superpoderes a nuestro vértigo: le hemos privado del grandilocuente nombre de vértigo y le hemos pasado al despectivo “mareíllo” (se admite algo con p delante).

A continuación nos hemos dado cuenta que esas historias de que come niños no se han comprobado: nadie le vio comerse a nadie jamás, vale. Seguimos estando inestables, anticipando la inestabilidad, pero vamos bajando la ansiedad al saber que no va a pasar nada grave.

A continuación comenzamos ejercicios de autoinstrucciones para los momentos en que pensamos que podemos tener un mareo y trabajamos la respiración diafragmática.

Y seguimos, ya nos damos ánimos, ya estamos dispuestos a cargarnos a la pesadilla que nos limita y nos obsesiona.

Empezamos la reincorporación de situaciones que estamos evitando por miedo. Una por una, con respiración, con autoinstrucciones, con la seguridad que esa batallita la vamos a ganar (porque con batallitas ganamos la guerra).

Os he dado algunas pinceladas sobre el tratamiento de los vértigos psicógenos. Obviamente, el tratamiento de la ansiedad como causa de esta situación, hay que tratarla con técnicas adecuadas.

Los vértigos se van convirtiendo en mareíllos y terminan siendo cada vez más leves. Es un trabajo que requiere constancia, es uno de los síntomas de ansiedad más persistentes y que requieren más atención, porque son limitantes y al final condicionan la vida de la persona desde que se levanta hasta que se acuesta.

Si sois del equipo de los que vais de especialista en especialista y ninguno encuentra explicación a vuestros vértigos: haced caso a los médicos, si dicen que no es un problema del sistema vestibular es que no lo es (ahora bien, el examen físico siempre tiene que ser previo a la realización de psicoterapia).

Pensad que tiene solución, aunque desgraciadamente no dependa de una pastilla, sino de un esfuerzo de psicoterapia personal, que es más trabajoso para la persona (pero también más efectivo).

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