Los niños son una esponja que absorben todo aquello que supone un estímulo de su exterior. Tienden a hacer aquello que ven, porque es su modelo de relación con el mundo.
Los padres suponen el primer centro de educación de los niños, que lo primero que aprenden es a imitar su sonrisa, hay cosas que se aprenden de los padres que duran para toda la vida (gestos, formas de coger el tenedor… ) cosas muy simples pero que nos hacen comprender la importancia que el adulto tiene para modelar la conducta del niño.
En realidad tenemos una enorme responsabilidad sobre la crianza. No somos conscientes de que los niños copian y se quedan hasta con gestos y actitudes que en nosotros pasan desapercibidos, pero para ellos tienen el papel fundamental del aprendizaje.
Una vez comprendido que ser padre/madre, aparte de la trascendencia como tal, supone la gran responsabilidad de trasmisión de conductas, expresiones, formas de relacionarlos con el mundo, sería bueno prestar más atención a ciertos hábitos cotidianos que tal vez no sean muy adecuados para el niño.
Pequeños ejemplos: ante una comida el padre o la madre dice: “no me gusta la cebolla”. ERROR. Un “no me apetece en este momento” sería lo adecuado. Hablar sobre comida diciendo “no me gusta” es carta blanca para que el niño reproduzca esta actitud.
Cierto es que la introducción de comida en los niños es complicada, pero si les lanzamos mensajes negativos, la situación empeorará. Igualmente dejar que los niños elijan su comida o prepararles platos alternativos garantizan malos comedores en el futuro.
Por ello intentar planificar las comidas semanales (intentando que haya pocas de las consideradas problemáticas pero sin evitarlas), animarles a probar aunque sea una cucharada, teniendo la opción B preparada, pero que no se perciba como que si no les gusta algo se ofrece otra cosa, el menú llevaba ambas cosas.