LAS EMOCIONES Y EL DOLOR
Las emociones más directamente relacionadas con el dolor son el miedo y la tristeza, y llevan a un conjunto de cambios fisiológicos, cognitivos y conductuales que pueden caracterizarse con ansiedad y depresión.
Tanto la ansiedad como la depresión producen un agravamiento en el problema del dolor, producido, principalmente, por la actitud pasiva, la reducción de la actividad general, la adopción del rol de enfermo, de incapacitado, etc.
Todos estos cambios afectan negativamente al paciente en general, y también dificulta seriamente la solución del problema del dolor.
Otra emoción que suele estar asociada a la valoración cognitiva del dolor, es la ira, expresada con hostilidad, o conductualmente mediante la agresión. La ira puede ir dirigida hacia el propio paciente, hacia los demás, o como punto intermedio entre ambas la pasivo-agresiva.
Esta agresividad, supone una comunicación a los demás de la ira en términos encubiertos, a diferencia de la presentación manifiesta de la ira.
La hostilidad cínica se refiere a una forma de comportarse de los pacientes de dolor crónico, que mantienen una actitud de desconfianza y resentimiento, dificultando o impidiendo la relación terapéutica.
La alternativa más adecuada es la regulación de la ira buscando una expresión adecuada y positiva de ésta emoción.
Se trata de abordar la situación negativa y desagradable de padecer un dolor crónico como un medio para aprender y ser capaz de resolverlo eficazmente, sin reprimir las emociones.
La ansiedad y la depresión son, desde un punto de vista clínico, los factores emocionales más importantes en el estudio y tratamiento del dolor crónico. La ansiedad, en tanto que activación fisiológica no es necesariamente negativa en la modulación del dolor.
Tradicionalmente se ha considerado que el miedo y la ansiedad producían una disminución de dolor, pero sólo cuando dicho miedo y/o ansiedad esta producido por una situación que no tiene que ver con el dolor.
Por contra, la ansiedad derivada del dolor produce un aumento en la percepción de éste. Las situaciones ajenas al dolor que provocan miedo o ansiedad reducen el dolor porque disminuyen el foco de atención sobre el dolor, así el hecho de atender de forma intensa (hasta el extremo que provoque ansiedad) a una situación ajena al dolor, provoca la reducción de éste.
La actividad no relacionada con el dolor ejerce también ese factor de modulación. Un ejemplo sería la cefalea de fin de semana y que ocurre cuando el nivel de actividad se reduce drásticamente.
En estas condiciones el nivel de estimulación y de respuesta emocional se ve reducido hasta el punto de bajar los niveles de aquellas sustancias implicadas en la modulación del dolor, como la serotonina y los opiáceos endógenos, con lo que los episodios de dolor pueden desencadenarse y mantenerse más fácilmente.
Por ello aunque la ansiedad puede exacerbar el dolor puede también contribuir a mitigarlo, constituyendo un medio para desarrollar estrategias de afrontamiento del dolor, o de la incapacidad que éste produce a nivel personal, social o laboral del paciente .
La depresión, por contra, se caracteriza por una disminución general de la actividad del paciente, por una sumisión al dolor y a sus efectos.
Está frecuentemente asociada a los síndromes de dolor crónico y remite en la medida en que el paciente es capaz de afrontar el problema del dolor o del impacto que este tiene en su vida. El apoyo familiar, social y, sobre todo, la potenciación de la actividad del paciente son determinantes para su control.