La adolescencia es una etapa evolutiva caracterizada por los enfrentamientos entre padres e hijos.
Los chicos empiezan a tener ideas propias, a sentirse como seres individuales y buscan en su interior para forjarse su propia personalidad, por lo que huyen de lo anterior: la época en la que se sentían una prolongación de sus padres, sin criterio propio.
La necesidad de alcanzar su individualidad precisa para ellos de un enfrentamiento activo con todo aquel que suponga una cortapisa en su avance hacia su propio yo. Padres, profesores, adultos de referencia, lugares con normas de adultos, pasan a ser objeto de rechazo. Ellos quieren elegir.
El pequeño gran problema que no tienen en cuenta (ni lo hicimos nosotros en su momento), es que toda la estructura en la que se ha basado su vida, estaba destinada a su progreso y bienestar, pero en esta etapa prefieren rechazar este concepto y buscan lo nuevo, lo que a ellos mismos les produce una pertenencia de grupo, aunque no sea lo más adecuado.
Los padres, cómodamente instalados en una estructura familiar en la que los niños son objeto de su cuidado y más o menos siguen los patrones que les marcan, ven con desesperación como la rebeldía es la tónica diaria.
Los adolescentes son el vivo ejemplo del “de que se trata que yo me opongo”, y con esa energía desbordante que les proporcionan las hormonas en ebullición y un extra de motivación para la lucha, entran en todas las batallas.
Los padres no tienen tanta energía, se consumen y pierden los papeles intentando que los hijos sigan siendo los niños manejables de antaño, y se desesperan intentando imponer su voluntad como lo venían haciendo hasta ahora. El resultado es la desesperación y el agotamiento.
La estrategia para conseguir establecer una nueva relación tiene que basarse en la comprensión de que aunque lo parezca, nuestros hijos no nos detestan (o al menos no lo harán para siempre), sólo nos cuestionan y no quieren ser como nosotros, porque se ven fuertes y la necesidad de independencia y de forjar una personalidad les empuja en dirección contraria.
La estrategia básica es no entrar en todas las batallas: elegir sólo aquellos temas en los que no estamos dispuestos a ceder, y seamos más permisivos en otros. Temas como que no limpian su habitación, que están todo el día encerrados en su cuarto, que no dejan el móvil son muy normales a su edad: su habitación es un poco reflejo de su cabeza, un pequeño desorden.
Una habitación por muy sucia que esté siempre tendrá una puerta, es mejor cerrarla y que ellos mismos, sin presión externa, empiecen a no soportar tanto desorden (los hay con un umbral de porquería próximo al Diógenes: hasta éstos aprenden). Si quieren ser adultos, tendrán que coger también responsabilidades: su espacio es uno de ellos.
Lo del móvil es normal, ya que es su forma de estar en contacto con lo que más les importa: sus amigos.
Podemos pedir que lo dejen mientras las comidas o cosas así, pero reprocharles que están todo el día con el móvil puede ser producto, en muchos casos, que se han pasado la vida con la consola y eso estaba fenomenal para que no diera la lata.
Hay que reconocer que estar todo el día con el móvil no es exclusivo de los adolescentes, es algo cada vez más común en nuestra sociedad.
Cuando surja el enfrentamiento, no debemos olvidar lo esencial: son nuestros hijos, los queremos y ellos no deben jamás de dejar de saberlo,.
Aunque estemos hartos y cansados, los gritos no son la mejor forma de afrontar los conflictos. Gritamos porque queremos llevar la razón, pero eso sólo consigue pasar del diálogo a la discusión, y las discusiones nunca llevan a situaciones pactadas.
La reivindicación adolescente es sana, el no sistemático es un error. Hay que escucharles, y que nos cuenten el cómo, por qué , cómo, dónde y para qué de las cosas, no como un interrogatorio, tan solo promoviendo en ellos la justificación de sus actos, tal vez de esta manera algunos de sus planes geniales no se lo parezcan ni a ellos mismos (lo del plan B les suena a chino).
¿DE QUÉ HABLAMOS CON NUESTROS HIJOS ADOLESCENTES?
Hablar, que no discutir. ¿Hace cuanto que no hablamos con ellos? La excusa de “y ellos qué”” no vale: nuestra posición es la de adultos que ya hemos pasado esa etapa y de algo nos ha tenido que servir. Nosotros tenemos que hablar con ellos, y buscar la manera, momento y lugar de hacerlo.
Hablar no es reprochar, ni dar sermones, ni intentar conseguir cambios de actitud. Hablar es interesarnos por ellos, por lo que les gusta y lo que no, por sus planes, por sus gustos musicales, por su mundo.
Hablar de forma distendida hará que bajen la guardia (seguirán pensando que somos unos pesados, pero al menos no adoptarán una actitud defensiva que los aleja).
“ME SIENTO ORGULLOSO DE TI”
Esta frase es un complejo vitamínico para la autoestima de los adolescentes. Cualquier acto digno de alabanza, debemos hacérselo saber.
Sacar buenas notas puede ser lo habitual en el chico o chica y por eso no decimos nada, pero es un esfuerzo, y se lo debemos reforzar, Y que decir cuando es de los que van a trancas y barrancas y nos vienen con un aprobado: premiemos el esfuerzo, reconozcamos que hace las cosas bien.
Con los adolescentes se tiende a la recriminación constante de sus fallos (y por lo que parece son inmunes), sin embargo, alabar buenas conductas, produce un efecto positivo y es más posible que esa buena conducta aumente.
La autoestima en la adolescencia sufre un importante varapalo, y es parte esencial de su proyecto de adulto, así que de la misma manera que nos hemos ocupado de que coma verdura en la infancia como si en ello nos fuera la vida, es el momento de cuidar su autoestima, evitando reproches y formas despectivas de decirles las cosas.
Si ha fallado estrepitosamente el “nunca llegarás a ninguna parte”, lo debemos cambiar por “tienes capacidad para hacer las cosas muy bien, y eso te hará sentir mejor contigo mismo.
AQUÍ ESTOY
"Puedes acudir a mi para lo que te haga falta; siempre estaré aquí para escucharte, sin juzgarte”.
Un adolescente da mucha importancia a poder acudir a sus padres cuando existen problemas; aunque exista rebeldía, en los momentos difíciles necesita tener una seguridad: "mis padres están ahí".
Sin embargo, si no le prestamos atención cuando lo está pasando mal, o le echamos en cara sus errores, le estaremos dando una buena razón para que se las apañe por sí solo y busque consejo y ayuda en otros lugares.
Hay que escucharles, simplemente eso, escucharles, dejarles hablar (sin interrumplir con coletillas, por favor). Así, dejamos claro a nuestro hijo que: "Eres importante para mi", "me preocupo de las cosas en las que tú estás interesado", "me gusta escuchar tus ideas y opiniones".
Escuchar con atención también estimula el deseo de hablar de los hijos. Se construye un ambiente de respeto y afecto mutuo. Escuchar, en serio, no acumular información para "pontificar". Los consejos basados en tirar por los suelos lo que les ha hecho les hará volverse más herméticos.
COMPRENSIÓN
A veces resulta frustrante ser padre. Continuamente oyendo los prejuicios de los quinceañeros que afirman que somos una generación antigua y que no les comprendemos... No hay duda; es difícil comunicarse con los adolescentes. Nosotros por nuestra parte no comprendemos sus modas, la música que escuchan, “las pintas” que llevan.
Ha llegado el momento que tires de recuerdos, de cuando tu tenías esa edad. Seguro que opinabas lo mismo de ellos, seguro que no aprobaban tu ropa, tus ganas de salir por la puerta a la minima oportunidad y raro era el amigo que les gustaba.
Algo de mágico debe haber en el hecho de que cada generación rechace la anterior. Se llama EVOLUCIÓN. Afortunadamente no serán así siempre, es una etapa, como nosotros no nos quedamos con esa absurda ropa y esos peinados, que miramos ahora las fotos y nos preguntamos cómo fuimos capaces de ir así por el mundo.
El adolescente confunde "no comprender" con "no estar de acuerdo", por lo que no hemos de dejar que nos manipule. Si nos acusa de que no le comprendemos, hemos de decir a nuestro hijo que nos ayude: "Quiero comprenderte, cuéntame más, que sientes...".
Si tenemos la sospecha de que lo único que ocurre es que simplemente no estamos de acuerdo con él, podemos repetir lo que nos dice, sus argumentos, sus ideas, hasta que se dé por satisfecho y entonces: "Ves que comprendo lo que quieres decir y por qué; si no es así, quiero llegar a comprenderlo. Pero me parece que nuestro problema no es de falta de comprensión sino de falta de acuerdo".
CONFÍO EN TI
Contar con la confianza de sus padres es importante para un adolescente. "Lo más dañino que se le puede decir a un chico es "nunca más confiaré en ti",
Nuestro hijo necesita que le digamos que nuestra confianza en él se desarrollará gradualmente en la medida que adquiera nuevos conocimientos y experiencias en esas situaciones que requieran la confianza, según vaya madurando..
No podemos pretender que nuestro hijo de quince años conduzca un coche - aparte de que es ilegal - porque no tiene la experiencia necesaria que nos permita confiar en su buen juicio.
Hay situaciones en las que tenemos que dejar que se equivoque (o no) por si mismo, para que aprenda, pero eso no debe restarnos confianza, Pequeñas mentirijillas son comunes para evitar discusiones. Hay cosas en las que tal vez no podamos flexibilizar, como que nos diga a qué fiesta va a ir y donde va a estar, por motivos de seguridad, y como tal hay que explicárselo.
Pero hay otra razón por la que nos cuesta tanto a los padres confiar en nuestros hijos. Nos conocemos bien a nosotros mismos y, seguramente, hemos experimentado de primera mano todos los riesgos, situaciones y peligros de esta etapa. Sabemos qué fácil es ceder a las presiones del ambiente cuando no se está preparado. Esto nos previene de dar a nuestros hijos una confianza sin límites.
TE QUIERO
Cuántas oportunidades perdemos de decirle a nuestros hijos “te quiero”. Cierto es que hay edades en los que los chicos se vuelven un poco ariscos, pero si a los conflictos intergeneracionales le añadimos una cierta frialdad, la situación sólo puede empeorar.
Ya no es momento de achuchar a “nuestro osito”, que no es un osito, que es un chaval y se siente infantilizado, pero las muestras de cariño, la expresión de nuestro afecto es necesaria para que sepa que en medio de ese tsunami que es su vida, es querido.
El amor es el ingrediente esencial de una familia sana. Un "te quiero", dicho en voz alta y a menudo, nos ayuda a saber quiénes somos y por qué hemos nacido. Cuando un adolescente no está seguro del amor de sus padres, los otros cuatro mensajes anteriores no significan nada.
Necesitan que le digan que les quieren y que se lo demuestren. ¿Cómo pueden estar seguros de que les quieren si nunca se lo han dicho? ¿Cómo pueden estar seguros si sus padres nunca pasan el tiempo con él?
La manera de demostrar el amor a un hijo es dedicarle tiempo. Darle regalos, proveerle de comida y ropa, mostrarle cariño de otras maneras está bien, pero también hay que estar dispuesto a perder tiempo con nuestro hijo adolescente: ir de pesca, ir de tiendas juntos, compartir un cine, facilitarle una quedada, ayudarle con algún problema de matemáticas que le tiene atascado (gracias por existir, Youtube).
Relacionarse, comunicarse, cuesta trabajo. Esto ocurre en el matrimonio, en la amistad... y en la relación entre padres e hijos. Con un adolescente cuesta más, porque crece y gana más independencia constantemente, y por eso puede llegar a frustrarnos.
REFLEXION
- ¿Habéis dicho alguna vez a vuestro hijo: "Hijo, ¿sabes que estoy orgulloso de ti, y no me importa nada más?" La palabra orgullo en este contexto se relaciona cercanamente con la de amor. Así, vuestro hijo sabrá que queréis decirle que estáis felices porque él es vuestro hijo.
- Cuando mejoréis vuestro modo de escuchar, vuestro hijo también aprenderá a escuchar mejor. Imaginad el impacto positivo que tendrá en la calidad de la conversación en vuestro hogar.
- Vuestro hijo adolescente necesita abrir una cuenta personal de autoestima basada en lo que es como persona, no por sus actuaciones diarias. Así, cuando falle, puede retirar de esa cuenta la cantidad necesaria. Si no tiene ese reconocimiento, puede acudir a lugares equivocados en su busca.
- No se trata de decir: "Comprendo exactamente cómo te sientes". Suena a querer desmarcarse de sus sentimientos y querer buscar una solución rápida al problema.
- Existe el peligro de poner un nivel demasiado alto a los hijos. Si los adolescentes llegan a creer que necesitan sacar todo sobresalientes para que sus padres les acepten, pueden deducir que a sus padres sólo les importa los éxitos... no las personas. Y así, como resultado, no intentarán hacer lo mejor que puedan.
- Es importante que le ayudéis a tener esta distinción clara en la cabeza: se puede aceptar a la persona aunque no se apruebe el comportamiento. Estáis orgullosos de él, porque en vuestro hijo, pero no de lo que ha hecho, dejándole claro que vuestro enfado se refiere sólo a sus acciones, no a él como persona.