Si tienes alguno de los siguientes síntomas, puedes ser demasiado perfeccionista:
Si tienes ansiedad y estrés en tu vida diaria.
Eres pesimista.
Intentas controlar todo lo que te rodea.
Te obsesionas demasiado con las cosas.
Te hundes por pequeños fracasos.
Tienes una autoestima condicionada: si triunfas te valoras, si fracasas te desprecias. Insatisfacción vital, para ti nunca es suficiente.
Te exiges demasiado a ti mismo/a y a los demás.
Te comparas con los demás continuamente.
Trabajas demasiado, no te tomas tiempo para descansar.
Evitas situaciones en las que no te sientes totalmente seguro/a, por ejemplo, dejas de presentarte a un examen en el que no pierdes nada si no lo llevas perfectamente preparado.
Te importa demasiado la opinión que los demás tienen de ti y eso condiciona tu vida.
Todas estas actitudes son comunes en personas que necesitan que todo esté perfecto de cara al exterior, viven en un permanente examen en el que el juicio de los demás es el “patrón oro”.
Son conductas que denotan falta de seguridad personal, de considerar que tienen derecho a relajarse, a equivocarse, a que las cosas no estén perfectas en un momento dado porque han priorizado otras cosas.
Una autoestima alta nos permite bajar nuestro nivel de autoexigencia conservando el amor propio pero sin caer en una competición por no sentir que alguien puede decir algo de nosotros.
Volvemos al Síndrome del Impostor: ser perfectos para que los demás vean que somos perfectos, no porque esa presión a la que nos sometemos sea lo que realmente querríamos hacer.