Existen personas que se definen como pesimistas o negativas, lo consideran un rasgo de su personalidad inalterable y viven con ello, como si de una pesada carga se tratara.
La forma que tenemos de enfrentarnos a la vida depende de muchos factores: personalidad, apoyo psicosocial, bienestar laboral, culminación de proyectos personales, etc.
Pero bien es cierto que la posibilidad de llegar a tener una vida placentera o poder actuar con resilencia (venirse arriba ante las adversidades) viene mediado por las cogniciones, por las expectativas que tenemos respecto a las posibilidades de tener éxito en aquello que emprendemos.
Hay personas negativas y personas que se hacen negativas por el aprendizaje (modelado) en la infancia, con un padre o una madre depresivo o frustrado que ha ido dando mensajes negativos a sus hijos hasta hacerlos ver el mundo como una botella medio vacía.
Las personas negativas son reacias a pensar en una posibilidad de cambio de mentalidad (claro, por eso son negativas), y siempre focalizan su atención hacia aquellas situaciones de fracaso en el pasado, incluso cuando algo sea globalmente bueno.
Prestarán atención a los aspectos negativos de cada cuestión convirtiendo la parte en el todo y dotándoles de un sesgo negativo.
Son personas con dificultades para emprender acciones, y piensan que todo va a salir mal. Ante una situación que se vaya a producir en el futuro, se preparan para que ocurra algo malo, y si luego no sucede se alivian porque no salió mal.
Sí, señores, tal como suena: piensan en una desgracia futura y la sufren y encima cuando no ocurre en vez de pensar “ya me vale con mis pensamientos”, se alivian por la no ocurrencia.
Alguien podía pensar que la experiencia de que todo aquello malo que han pronosticado les podría ayudar a cambiar, pero no, lo bueno se olvida pronto, lo malo se clava como un puñal en la memoria.
Pasar por la vida con estos pensamientos es el famoso “valle de lágrimas” ese del que tanto nos han hablado. Y sí, la vida tiene lágrimas (a raudales), pero no todos los días, sólo algunos, mientras que el resto tenemos calma chicha o arco iris de todos los colores (que el negativo no verá o considerará que para qué alegrarse si está a punto de llover).
Afortunadamente la psicología positiva se ha preocupado muchísimo de este estilo de pensamientos, y desde la psicología cognitivo-conductual se desarrollan programas para modificar los sesgos del pensamiento, entrenando a la persona a ampliar la visión de la realidad incorporándole toda la paleta de colores.
Es una terapia sencilla, aunque en principio puede resultar frustrante para la persona negativa que siempre ha pensado de forma inamovible en negro.
Se necesita de un entrenamiento para ir modificando la forma de pensar hasta que la persona utilice el pensamiento racional a la hora de plantearse situaciones del presente y del futuro.
Las ventajas para la persona negativa son evidentes. Vivir en multicolor y no en monocromo nos hace percibir una realidad más rica en posibilidades, menos amenazante, nos dota de la capacidad de afrontar con confianza las situaciones adversas que nos vayan surgiendo y nos regalan la esperanza.