Hoy en día casi todos los niños tienen o quieren una tablet (curiosamente, según me comentaba una profesora de un colegio de difícil desempeño, no tienen libros pero sí tablet).
Se ha convertido en una herramienta indispensable para los niños desde muy pequeños.
Muchos padres no están de acuerdo con este tipo de juegos, pero sin embargo ceden a la presión social ("todos lo tienen"), sin pararse a pensar que tal vez los primeros que la tuvieron fueron niños a los que sus padres no les apetecía pasar ni cinco minutos jugando con ellos y era una manera de quitárselos de encima.
Y ahora empiezan las quejas en la consulta. Quejas, por supuesto, referidas a los niños, porque...eso de hacer introspección parece que va costando.
Un niño que tiene como juguete preferido una tablet NO interactúa con otros niños: se vuelve muy individualista y carece de iniciativa a la hora de inventar juegos o proponer otras formas de jugar.
Dan al "on" y ya la maquinita va marcando el ritmo.
El desarrollo de la empatía se paraliza (lo de empatizar con una maquinita es algo así como complicado) y el aprendizaje de cuestiones tan sencillas como la asunción de responsabilidades se torna algo complicado cuando lo peor que puede pasarnos es que se encienda un "game over" en la pantalla.
Que un niño de 8 años se niegue a lavarse los dientes y monte un follón descomunal porque su tablet está sin batería debería hacer que nos replanteáramos qué tipo de valores fomentamos en nuestros hijos.
Y especialmente, cuánto tiempo invertimos en enseñarles lo más valioso que tenemos: la propia experiencia de nuestra infancia.
Deshumanizamos a nuestros pequeños, les privamos de la adquisición de las habilidades sociales que representa el contacto con amigos o familiares.
Les aislamos y empezamos a verles como un elemento decorativo del hogar, quejándonos cuando no hacen lo que queremos, sin reparar en que a ello les estamos abocando.
Es una desgracia ver en muchas casas que hasta la mascota familiar interactúa más con los padres que el niño atontado con una maquinita y convirtiéndose en uno de los muchos potenciales clientes de la profesión con más futuro en diez años: el fisioterapeuta.
Nos quejamos por no conseguir que el niño actúe como un niño cuando privamos a nuestros niños de la infancia. ¿Terminaremos los terapeutas de conducta enseñando a los padres a hablar y a jugar con sus hijos?