Pocas cosas pueden producirnos una mayor sensación de total frustación que contarle a alguien un problema que nos preocupa y que antes que terminemos la frase nos diga: “eso me pasó a mi pero peor”, “pues no te digo nada de lo que me duele a mi”…
Los hay especialistas,, da igual lo que te haya pasado, cómo te sientas, lo desesperado que estés o la magnitud de tu desgracia, que jamás y digo bien: JAMAS, te dejará contar tu experiencia, en cuanto pille el hilo te interrumpirá para superar con creces lo que le estabas contando.
Puedes pensar que es propio de personalidades egocéntricas (que lo son), que hacen de un vaso un mar (que también), que sólo piensan en sus problemas y los magnifican (vas hacia el pleno).
Pero… no olvides lo más importante de este tipo de personas: en realidad les importa un cuerno lo que te pase, y ni siquiera lo saben, no saben escuchar o no quieren, se centran en ellos mismos.
A lo que iba, es a la frustración que experimentaba un chaval ante un problema, su problema, que no es grande ni pequeño, es SU problema, y todos los sentimientos negativos que puede experimentar al oír de su progenitor/a: “yo si que tengo problemas y a mi nadie me contempla”.
Un chico en consulta me comentaba que sus padres le interrumpían si comentaba algún problema, como si él no fuera importante.
Esa persona que le interrumpe para dejar claro el “y yo más” tal vez pueda tener montañas, cordilleras de problemas.
Pero hay que ser muy necio para no darse cuenta que al menos (al menos, por favor), ante los problemas de un hijo, hay que pararse y escuchar, y comprender, y ponerse en su piel y hasta dar algún consejo adecuado.
Bueno, tal vez sólo escuchar, porque si sientes que tienes muchos problemas y encima no escuchas los problemas de tus hijos, estás teniendo otro problema, tal vez mucho más gordo: todo lo tuyo y que tu hijo, tu proyecto, lo más preciado que tienes lo está pasando mal.
Este chico había aprendido a expresar su rabia con puñetazos, que es la forma más primitiva de experimentar rabia cuando no has aprendido el valor del diálogo, pero al menos tiene una cosa buena a su favor: ha comprendido lo odiosa que resulta la gente del “y yo más”.
Cuando una persona te interrumpe para echarte el órdago al que más sufre, no te enfades, no te revuelvas, no le des una oportunidad para que el resentimiento se quede en ti.
Analiza la situación. Si te molesta este tipo de actitudes, significa que no te gustan, punto a tu favor para no replicarlas.
Los “y yo más” te están diciendo finamente que el mundo gira alrededor de su ombligo, y que ellos no tienen ni tres minutos que perder con el sufrimiento ajeno.
Ni van a cambiar ni van a aprender. Son incapaces de ponerse en el lugar de otra persona y comprender que el sufrimiento no se mide en metros ni se pesa en kilos, que el sufrimiento es dolor y que al dolor hay que dar la respuesta de la escucha, de la comprensión, del abrazo.
Los “y yo más” se sienten incomprendidos, porque la gente que tienen a su alrededor lo hacen por compromiso, por paciencia, por su propio código ético, pero no porque generen precisamente mucha simpatía.
Cuando acudas a alguien y te diga “pues yo más”, no pierdas tu tiempo, no te enfades, no reproches: aprende que no es la persona adecuada para escuchar, y en tu mente llévate la idea de que tendrá más de todo lo malo, pero menos de algo tan bueno con la empatía.
Salud a todos esos valientes que saben escuchar y apoyar, y a todos aquellos que se creen que la vida es una competición por ser el que más sufre: les cedo el paso, y les deseo suerte en su llegada a meta.