Exponemos una forma sencilla de caracterizar los distintos tipos de jugadores, entendiendo que pertenecen a un continuo, por lo que alguno de ellos puede estar a caballo entre los dos tipos:
JUGADOR SOCIAL O CONTROLADO: Juega ocasional o regularmente, lo hace por entretenimiento, satisfacción o en el marco de una interacción social, por ocio o placer, pero tiene un control total sobre esta conducta y puede dejar de jugar cuando lo desee.
Puede variar mucho en el dinero jugado, tiempo jugado y juegos en los que participa, siendo la característica fundamental que la interrupción del juego está bajo su control.
Aunque cuánto más intensa, frecuente o peligrosa sea la forma de jugar, y más se implique en el juego, más fácil será su evolución hacia jugador problema.
JUGADOR PROBLEMA: Juega de forma frecuente o diaria, con un gasto habitual de dinero que, en alguna ocasión, por excesivo, le causa problemas, pero sin llegar a la gravedad del jugador patológico.
Tiene menos control sobre sus impulsos que el jugador social y aunque suele atender regularmente a su familia y trabajo, y llevando una vida normal, el aumento de la regularidad del juego le exige gastar el tiempo y el dinero con mayor intensidad y dedicación.
Si la cantidad de dinero aumenta y se está en el límite de no poder hacer frente a las deudas, o surge algún problema precipitante que provoque un incremento en la conducta de juego, puede llegar a convertirse en jugador patológico, existiendo un alto riesgo.
JUGADOR PATOLÓGICO: dependencia emocional del juego, pérdida de control respecto a éste, siéndole imposible resistir los impulsos de jugar. Lleva a cabo las conductas de juego de forma que su funcionamiento cotidiano se ve alterado y compromete los objetivos personales, familiares o sociales.
El jugador patológico presenta unas conductas de juego descontrolado que responden a las siguientes pautas: frecuencia de juego y/o inversión de tiempo y dinero extraordinariamente alta, apuesta de una cantidad de dinero superior a la planeado y pensamientos recurrentes y deseo compulsivo de jugar, especialmente cuando ha perdido.
La necesidad subjetiva de jugar para recuperar el dinero perdido, así como el fracaso reiterado en el intento de resistir el impulso de jugar, junto a las distorsiones o sesgos cognitivos.