Tras sufrir una experiencia traumática, como un accidente o catástrofe, pasa un tiempo hasta que la persona es capaz de empezar a reorganizar su vida.
Hay muchos factores que pueden favorecer o entorpecer la readaptación del sujeto, entre ellas se encuentran:
Sus estrategias de afrontamiento: el afrontamiento es el esfuerzo cognitivo y conductual que realiza el sujeto para hacer frente a una situación estresante. Hay formas de afrontamiento que son útiles, mientras que otras pueden contribuir al mantenimiento de la situación dolorosa
El grado de confrontación: cantidad y calidad de acciones dirigidas a la superación de la situación
El distanciamiento producido: si se ha esforzado o no en olvidar el problema
Autocontrol real y percibido Búsqueda efectiva de apoyo social
Aceptación de la responsabilidad
Escape o evitación de la situación estresante
Planificación de la solución de problemas
Existencia de una mínima evaluación positiva de lo vivido: experimentar que se ha sido capaz de superar una prueba durísima
Esquemas cognitivos: si el sujeto tiene un esquema cognitivo depresógeno, tendrá almacenadas actitudes disfuncionales, lo que le hace más vulnerable a padecer una depresión por la activación de formas de pensamiento que incluyen los errores cognitivos.
Estas distorsiones en el juicio son inconsistentes con la realidad, pero tienden a mantener una actitud negativa y de desesperanza respecto al futuro.
Estilo atribucional: si se tiende a considerar los sucesos negativos como internos (culpabilización), estables (no modificables) y globales (alcanzando a todas las áreas de la vida).
De las circunstancias personales que le tocó vivir en la tragedia
Hay que destacar que los niños que han sufrido una experiencia traumática, pueden sufrir fenómenos regresivos: enuresis nocturna, lenguaje más infantil, chuparse el dedo, tener rabietas, etc.