La agorafobia se origina en un primer momento cuando el cuerpo reacciona a situaciones diarias como si éstas fueran peligrosas.
Una vez que se siente la preocupación por estas sensaciones extrañas, los agorafóbicos tienen a evitar los lugares relacionados con dichas sensaciones.
En los agorafóbicos una reacción corporal (sudoración, taquicardia, mareos, parestesias), se ha hecho extremadamente sensible y tiende a reproducirse automáticamente en contextos parecidos.
Es como si se produjera un miedo al miedo, y la persona va pensando que va a volver a sentir esas sensaciones que le han causado pánico, reaccionando con ansiedad, respiración torácica, preocupación extrema, autogenerando nuevamente las mismas sensaciones que sintió, con lo que le da una interpretación errónea a la situación.
El miedo, la ansiedad y la evitación deben ser desproporcionados para el peligro que realmente suponen las situaciones de agorafobia.
Es importante diferenciar los temores razonables (salir de casa en una tormenta) o de las situaciones que se consideren peligrosas (caminar por un parking solitario de noche), de situaciones en principio inocuas que producen un miedo desproporcionado (ir al cine).
Los ancianos son propensos a atribuir su exceso de temores a limitaciones debidas a su edad y menos propensos a juzgar sus miedos como desproporcionados con respecto al riesgo real.
Las personas que sufren agorafobia tienden a sobrestimar el peligro de los síntomas similares al pánico u otros síntomas corporales.
Las características clínicas de la agorafobia son relativamente constantes durante toda la vida, aunque las situaciones que desencadenan miedo y evitación pueden variar.
Los niños suelen tener más miedo a salir de casa, mientras que en los adultos mayores el miedo más frecuente es estar en tiendas, hacer cola y los espacios abiertos. El miedo más frecuente es a perderse (niños), a sufrir un ataque de pánico (adultos) y caerse (ancianos).
La baja prevalencia de la agorafobia en los niños podría reflejar dificultades para expresar los síntomas y, por lo tanto, las evaluaciones en los niños pequeños pueden requerir la obtención de información a partir de múltiples fuentes, entre ellas los padres y los maestros.
Los adolescentes, en particular los varones, pueden estar menos dispuestos que los adultos a expresar abiertamente los temores y la evitación de la agorafobia, a pesar de que es frecuente la aparición de la agorafobia durante la adolescencia.