La fobia escolar consiste en un temor irracional a la escuela que produce un absentismo a clase total o parcial.
La falta de asistencia a la escuela puede ser un motivo suficiente para remitir a un niño a salud mental; muchos de estos niños pueden tener síntomas ansiosos. Pero la fobia escolar, como tal no es trastorno muy común.
Generalmente, la instauración del problema es gradual, agravándose las dificultades a lo largo de semanas y meses. Los signos y síntomas generalmente se incrementan desde que el niño se despierta por la mañana.
Afecta sobre todo a niños entre 11 y 14 años, pero puede observarse entre 5-15 años de edad. Es frecuente que aparezcan picos en momentos de transición escolar primaria-secundaria. Afecta a niños y niñas por igual.
El niño puede expresar de forma directa el miedo, pero lo más frecuente es que no vaya al colegio por otros motivos: síntomas físicos que parezcan una enfermedad que les haga imposible levantarse por la mañana (dolor abdominal, de cabeza, náuseas, dolores en las piernas, palpitaciones, etc.).
Cuando se investiga es frecuente que estos síntomas no aparezcan los fines de semana o en períodos vacacionales.
El niño puede ser capaz de salir por las tardes a jugar con los niños. En ocasiones, el inicio de los síntomas puede tener lugar después del padecimiento de una enfermedad aguda o cualquier otro motivo que requiera un período de ausencia del colegio, también puede ocurrir después de un cambio de colegio.
El inicio agudo es más frecuente en niños más pequeños. La intensidad es variable, puede tener una instauración aguda o insidiosa mezclándose con otros síntomas físicos o afectivos. En algunos casos, los menos, puede ser tan grave que puede incluso hacerse necesario el ingreso para desactivar la situación.
Cuando se realiza la historia clínica encontramos que la mayoría de los niños son chicos “buenos”, callados, que no han presentado ningún problema en el colegio ni con los deberes.
Algunos de ellos pueden haber tenido dificultades escolares. Es bastante frecuente que la madre de estos niños sea una mujer más bien ansiosa o quizás deprimida que durante años ha podido tener una relación muy cercana con el niño en cuestión.
En alguna ocasión, el niño puede tener un lugar especial en la familia o ser “el elegido o mimado”.
Por ejemplo, puede tratarse del benjamín de la familia, o puede haber otro antecedente tal como un nacimiento muy prematuro. El padre puede estar ausente o bien ser una persona pasiva que tiene dificultades para “estar presente" o desempeña un rol secundario en la crianza.
En el examen psiquiátrico, muchos de los niños reúnen los criterios para uno o más de los trastornos de ansiedad, siendo el más frecuente el trastorno de ansiedad de separación.
Cuando se investiga, puede encontrarse que existen factores en la escuela que pudieran hacerla más estresante para el niño, tal como un profesor muy duro o rígido o acoso por parte de iguales.
En ocasiones el sistema escolar puede ser muy laxo a la hora de registrar las ausencias o puede que existan preocupaciones excesivas relativas a enfermedades somáticas mínimas entre el profesorado.
En la valoración y manejo de este problema, hay que tener en cuenta que al comienzo puede simular cualquier enfermedad (úlcera, migrañas, gastroenteritis, infecciones virales crónicas).
Debe descartarse la presencia de una enfermedad física, aunque en ocasiones ésta puede coexistir con la fobia escolar.
Una vez establecida la naturaleza del problema, conviene reunirse con toda la familia, incluyendo al padre, e investigar la forma en que se ha instaurado el trastorno.
Conviene indagar y hacer explicita la naturaleza exclusiva de la relación entre el niño y la madre y cualquier dificultad que se detecte en la capacidad del padre para hacer valer su rol en la familia. También conviene examinar a hostilidad más o menos encubierta que puedan sentir madre-hijo por la excesiva dependencia mutua.
Conviene también establecer un contacto con los tutores o profesores para informar de la situación.