Los niños que presentan un trastorno de ansiedad generalizada muestran una excesiva preocupación y temor a diversas situaciones de la vida cotidiana, y van cambiando los focos de preocupación de una semana para otra.
Los niños con este trastorno son obedientes e inhibidos y evitan la realización de deporte por miedo a herirse. Los síntomas más característicos del trastorno de ansiedad generalizada infantil son:
Preocupación crónica y excesiva, difícil de controlar.
Necesidad excesiva de ser aceptados.
Quejas somáticas frecuentes.
Mal humor.
Las preocupaciones patológicas se acompañan de varios síntomas expresión de la hiperactivación simpática (taquicardia, taquipnea, sudoración, sequedad de boca, etc.) En los niños, el espectro de síntomas es a menudo más limitado que en adultos.
En ellos, son frecuentes la necesidad constante de seguridad y las quejas somáticas vagas e inespecíficas recurrentes. Un síntoma característico es la llamada ansiedad flotante, que es una ansiedad que es generalizada y persistente y no está restringida a una situación particular.
Las preocupaciones son múltiples y variables; son niños “preocupones” que sufren constantemente de temores poco realistas referidos a su competencia, desempeños pasados o por el futuro.
También se preocupan mucho por la puntualidad; posibles eventos futuros o las situaciones novedosas son también fuente de preocupación potencial para estos niños.
A veces es un problema distinguirlo de la depresión pues se asocian o solapan frecuentemente.
Aunque en la infancia no existen diferencias genéricas, en la adolescencia parece ser un trastorno más prevalente entre chicas.
Se recomienda precaución a la hora de diagnosticar el trastorno en niños menores de 7 u 8 años de edad, pues a esa edad ocurren cambios cognitivos que pueden condicionar la aparición de preocupaciones y temores.
¿ES NECESARIA LA MEDICACIÓN?
Aunque la medicación puede producir cierto alivio, especialmente en aquellos casos más graves, las principales modalidades de tratamiento son psicosociales/psicoterapéuticas.
Los objetivos del tratamiento deben incluir la reducción del estrés innecesario, la educación de la familia y del niño y la mejora de los mecanismos naturales de afrontamiento de ambos.
La reducción de situaciones estresantes puede ser complicada cuando el niño tiene miedo a circunstancias ordinarias o necesarias de la vida diaria que son imposibles de retirar.
Pero supongamos que un niño que tiene una enfermedad física, en muchas ocasiones puede estar temeroso como consecuencia de la visión escasamente realista que pudiera tener de la evolución de su enfermedad.
Una sencilla intervención informativa dirigida a que los niños comprendan mejor puede ser suficiente para eliminar una fuente de tensión para el menor que puede derivar con el tiempo en un trastorno más grave.