Cuando una persona viene a terapia por sentir un dolor por una pérdida, por algo de su vida que se ha roto y que le hace sentir un dolor intenso que piensa que no va a superar, me gusta utilizar este simil:
Si tienes una herida (emocional), puedes dejar que pase el tiempo, buscar formas de poner un parche para que no duela (si fuera una ruptura sería una pareja de transición), intentar “pasar página” pensando que aquello dejará de doler.
Sería como hacerte una herida física, echarte agua oxigenada, un poco de Betadine y una gasa.
¿Sabes lo que pasará? No limpiar es no sanar. La herida se abrirá y supurará una y otra vez, cada cierto tiempo, volviendo a veces el dolor, recordándote aquello que te hizo sufrir.
En Terapia lo que haríamos es limpiar tu herida. Es un proceso más doloroso, porque hay que limpiar en profundidad, remover para sacar la infección, y cuando esté limpia, cerrar esa herida de forma que tan solo te quede una pequeña marca imperceptible.
Sanar es remover. Remover duele. Duele y cura.
En este sentido, es muy interesante fijarnos en la filosofía oriental. Hay un arte que se llama Kintsugi, y que se basa en reparar cerámica rota con oro, mostrando las cicatrices como una parte de la vida, aceptando que las heridas son parte del proceso de vivir, y resaltando su valor como sucesos superados y que nos han enriquecido.
Si aplicamos el concepto de Kintsugi a la vida, no taparíamos nuestras cicatrices emocionales, para nosotros su reparación, esas líneas de oro que vuelven a unir la pieza, hacen más valioso el conjuto, más sabio, mas resiliente.
Cada cicatriz es una muestra de nuestra capacidad de superación ante la adversidad, una forma de enorgullecernos de aquello que afrontamos y superamos.
Te queremos ayudar a sanar a que salgas airoso de tus batallas, no con heridas que duelen, con marcas doradas en tu corazón y tus sentimientos de aquello que supiste aceptar, que te sirvió como una oportunidad de aprender y salir más fuerte, más sabio y más bello de los momentos en que nos vimos en mil pedazos.