Cuando una persona se encuentra ante una "bajada del estado de ánimo", es necesario diferenciar entre un momento puntual de tristeza o un cuadro depresivo.
La persona deprimida siente cansancio, físico e intelectual, no tiene energía ni se siente capaz de enfrentarse a tareas cotidianas que antes podía realizar normalmente, y le da miedo tomar cualquier tipo de decisión: se siente insegura y con miedo ante un mundo que considera hostil.
Los pensamientos que le invaden son de corte negativo. Focalizan su atención hacia la parte negativa de sus problemas o de las situaciones, siendo incapaces de buscar un pensamiento racional, ya no es cuestión de "blancos o negros" es cuestión de verlo siempre negro.
Estos pensamientos negativos propios de la depresión producen emociones como tristeza, frustración, impotencia... que minan más a la persona que cada vez se siente más incapaz de afrontar sus problemas.
La depresión inmoviliza, y normalmente las personas del entorno animan a la persona deprimida a continuar con su vida, a estar más activa. La incapacidad que presenta, la dificultad que supone cualquier mínimo esfuerzo, supone para el paciente un sentimiento de culpa permanente.
La persona deprimida siempre está pensando en sus problemas. Los ve imposibles de superar y se van haciendo cada vez más grandes, y requieren más tiempo para pensar sobre todo lo malo de la vida.
La inmovilidad muchas veces se traduce en pasar mucho tiempo en cama o en un sofá, dejando de lado cualquier actividad antes agradable, supone estar "machacándose" con la situación, y continuar bajando en espiral por el estado deprimido.
Es frecuente que los pacientes deprimidos quieran pasar mucho tiempo durmiendo: es la forma de no pensar, de no sufrir...y de no afrontar la situación.
La persona se aísla del entorno, nada le interesa y quiere estar a solas con sus problemas.
Es habitual que aparezcan crisis de llanto y sentimientos de baja capacidad personal.