Ante una ruptura de pareja, es completamente normal que la persona que ha sido “abandonada” muestre sentimientos ambivalentes, y en muchas ocasiones no muy ajustados a la realidad.
Por una parte la persona se centra en buscar qué hay de malo en ella, por qué no ha sido suficiente para la otra persona, culpabilizándose o sintiendo una baja autoestima.
Por otra parte, tiende a olvidar lo malo que ha habido dentro de la relación, o incluso de la misma causa de la ruptura, centrándose en los aspectos positivos del tiempo que estuvieron juntos, idealizándolos.
Siempre queda “la esperanza” de que las cosas se solucionen, incluso cuando lo mejor que le podía pasar es finalizar con una relación en algunos casos tóxica, en otros simplemente muerta.
Voy a poner un ejemplo simple a modo de reflexión:
Si tenemos una discusión con un amigo/a que consideramos que nos ha hecho daño, los sentimientos que surgen son de enfado y rabia.
El hecho que ha llevado al enfrentamiento lo tenemos presente, en primera fila de nuestro pensamiento, y normalmente (si el problema ha sido realmente importante), damos por finalizada nuestra amistad.
El motivo es claro, un desencuentro que no podemos aceptar y que no nos compensa respecto a los buenos momentos vividos. Se rompe la amistad y se sigue adelante, con el convencimiento de que “quien resta, mejor fuera de mi vida”.
Esto es exactamente igual que una ruptura sentimental, a efectos de: hay un hecho/s que nos han dolido tremendamente, por momentos somos conscientes de que a la larga es mucho mejor acabar con esa relación.
PERO, aquí entran factores que nos nublan el juicio y que son los verdaderos causantes del terrible malestar que sufrimos ante una ruptura (acompañado de obsesiones, frustración, miedo a la soledad).
Estos factores que nos hacen distorsionar nuestra percepción de la situación se basan en los pequeños reforzadores que recibimos dentro de una relación: tener a alguien con quien hablar, ese whattsap dando los buenos días, cena en compañía….
De repente sentimos la soledad, y todas esas pequeñas cosas positivas son las que deseamos recuperar, es lo único que importa, no perder la sensación de que hay alguien compartiendo nuestra vida.
Nadie se para a pensar en la parte negativa: decepciones, desengaños, tensiones, tristeza, enfados, desconfianza… eso se olvida de un plumazo, porque nos obsesiona lo que hemos perdido de bueno, aunque no nos engañemos, en muchas ocasiones ya quedaba muy poco de bueno y mucho de malo.
Muchas veces, en situaciones de este tipo, le pregunto a los pacientes: ¿quieres a la que era tu pareja? y con el piloto automático dicen “si”, luego les vuelvo a preguntar: ¿quieres ACTUALMENTE a la que era tu pareja’. Algunas personas se quedan de golpe pensando y la respuesta final es: “no”.
Cuando tengamos una ruptura de pareja necesitamos conservar nuestra parte más objetiva, saber que la trampa está en el recuerdo selectivo de lo bueno, negarnos a la evidencia.
Si consiguiéramos ser tan “asépticos” en una ruptura de una amistad, como en la de una pareja, nos ahorraríamos mucho sufrimiento, muchas horas de pensamientos obsesivos, mucho dolor.
Recuerda: en la vida hay que mirar hacia adelante, si vas mirando hacia atrás, te chocarás con una farola.