Conocernos y querernos nos hace experimentar seguridad en nosotros mismos y una tremenda sensación de libertad sobre nuestras decisiones personales.
Querernos como somos tampoco es una labor de amor incondicional (tampoco vamos a volvernos todo locos), es hacer una introspección objetiva, buscando nuestros defectos y nuestras virtudes, intentando limar aquellas partes de nosotros que no nos gustan, potenciando aquello que nos parece positivo y buscando acercarnos más la nuestro “yo ideal”.
Un buen ejercicio que propongo en consulta es: “imagínate que puedes inventarte a ti mismo, cómo te gustaría ser, reinvéntate”.
Partiendo de las características personales que la persona resalta como su ideal, se busca el acercamiento entre lo que somos y lo querríamos ser.
Cada uno tenemos nuestra personalidad y es prácticamente imposible llegar a la virtud que supondría conectar el ser que quiero con el que soy, pero la plena consciencia de nuestras características personales ayuda bastante a tener que pedir alguna vez menos perdón o a lamentarse por algún comportamiento poco adecuado o demasiado pasivo, por ejemplo.
Pongamos un ejemplo (desgraciadamente frecuente) una persona que grita a su pareja. Le preguntas y te dice con toda paz “es que yo soy así” y yo siempre contesto lo mismo: “entonces, ¿le gritas “a tu jefe cuando te irrita? imaginad la respuesta: al jefe no, claro, como si ese claro que añaden al final mejorara un poco la situación.
Lo que está diciendo esa persona en realidad es “grito porque es mi forma de expresar frustración, porque no sé hacerlo de otro modo” aunque en el fondo de su corazoncito sepa que los gritos convierten el diálogo en discusión y no llevan jamás a nada positivo.
Ese tipo de personas suelen tener la autoestima baja, porque saben que se tienen que imponer a través de los gritos (ellos y ellas, que en todas partes cuecen habas), y en el fondo saben que son incapaces de dialogar y que cuando quieren llegar a un consenso o a que su pareja les comprendan, acaban quedando como unos puñeteros locos y ya ni hay argumentos, ni razones, ni nadie se acuerda de qué problema se trataba, porque eso ya no importa, sólo queda el distanciamiento y el disgusto.
Pasa lo mismo en muchísimos ámbitos de la vida: personas que no saben expresar sus deseos, sus necesidades o sus gustos y se van haciendo pequeñitas, van cediendo en todas las decisiones de la vida y perdiendo cada vez más seguridad hasta ser incapaces de expresar lo que realmente quieren, porque consideran que la opinión de cualquiera es mejor que la de ellos mismos.
Podría poner muchísimos ejemplos de falta de amor hacia uno mismo. Cuando se trata de una persona con pareja y/o con hijos siempre les planteo: si tu no te quieres, significa que tus seres queridos se han conformado con alguien inferior, según tú.
Eso les suele producir un cierto estupor, porque supone la confrontación con un contrasentido: quieres lo mejor para los tuyos pero tu no te sientes lo mejor para los tuyos. Algo falla.
En definitiva, el trabajo terapéutico con personas con baja autoestima es enriquecedor, bastante más que una inyección de botox o una tarde de compras. Es empezar a trabajar para conocerse, aceptarse y detectar aquellos aspectos de su personalidad que pueden ser modificados para que ellos se encuentren mejor.
Las técnicas son sencillas, pero requieren un esfuerzo por parte del paciente, que tiende a describirse con una lista de defectos de 8 páginas y un par de cualidades.
Primero se trabaja este aspecto: la objetividad respecto a si mismo, para pasar posteriormente a intentar modificar conductas o actitudes que no les gusta de ellos mismos a la persona, siempre trabajando el reforzamiento positivo y un reconocimiento sincero de los logros.
Trabajad cada día la autoestima, centradla en vuestra personalidad, jamás en el aspecto físico, que es efímero. Las personas que consideran que la autoestima reside en su físico terminan teniendo serios problemas por varios motivos: lo efímero de la belleza y lo vacío que han dejado su mundo interior a base de mirarse en el espejo.
Crecer por dentro y aprender a aceptarse, quererse y mejorar es ese punto de calidad que hace que las personas se sientan felices con quienes son y el lugar que ocupan en el mundo.
Nunca os odiéis. El amor hacia uno mismo se irradia hacia los demás, porque la persona que se quiere no se siente amargada ni anulada, se siente plena y es capaz de darse y dar todo aquello que tiene.
Y si aún no sabes cuáles son tus cualidades, empieza desde hoy mismo a descubrirlas. Tal vez sea el tiempo mejor invertido de tu vida.
Recuerda que “nadie es más que nadie”, y tampoco menos, busca tus fortalezas.