Hay personas que por costumbre dejan todo "para mañana", da lo mismo la urgencia o importancia, lo primero que sale de su boca es "ya lo haré", aunque tengan tiempo para hacerlo.
Estas personas son procrastrinadores, van acumulando cosas que hacer y nunca se deciden a ponerse a la tarea, o cuando lo hacen sea de forma atropellada y en el límite.
El procrastinador no recibe un aviso de pago de impuestos y lo gestiona el día siguiente, no, que va, tiene que esperar al último día o se le pasa el plazo. Lo mismo le ocurre con cualquier cosa: quieren apuntarse a unas clases y nunca lo hacen, quieren hacer deporte y nunca es el día adecuado.
Esta forma de manejarse en la vida tiene consecuencias para ellos, y por supuesto para todos los que están a su alrededor, que viven recriminándoles, acuciándoles, recordándoles sus obligaciones.
¿Son irresponsables? no exactamente, simplemente son desorganizados y lo más triste, esto les suele producir sentimientos de falta de competencia personal: aceptan como son y se consideran "unos inútiles", con lo que para qué se van a esforzar.
Procrastinación y caos físico y mental son una misma cosa. La persona que posterga sus decisiones y obligaciones mezcla todo lo pendiente en su cabeza sin ser capaz de empezar a actuar, no logra priorizar, o se ve desbordado.
Lo ideal en estos casos es un programa terapéutico que trabaja tanto la parte conductual: ayudando a la persona a establecer prioridades, a no pensar en lo urgente y lo que se puede hacer a largo plazo en un mismo plano de importancia, a hacer listas con pequeñas cosas que debe ir tachando, y viendo cómo con organización se puede llegar mucho más lejos.
Normalmente trabajar con listas y reflexionar sobre los logros consigue bajar la ansiedad que sienten como algo difuso y hacerles sentirse más competentes para manejar su propia vida, además de sentir su mapa mental mucho más despejado, elevando su autoestima.