Tal vez esta confesión suene demasiado intimista o para algunos agresiva. Estoy segura que para aquellos que han padecido o padecen un proceso oncológico, comprenderán perfectamente que no hay que poner siete lacitos monos a una frase que lo que busca es dejarnos de tonterías e ir directo al problema.
Hace muchos años ya que soy psicóloga, y algunos de los trastornos que trato como ansiedad, depresión, obsesiones, miedo los he vivido con esta enfermedad (y no: no los gestiono mejor por ser psicóloga, que cuando viene una cosa así no te aplicas casi nada).
A veces me aplico las cosas que sé, otras las mando a hacer puñetas y caigo un poquito en barrena hasta que reflexiono: una persona normal.
El hecho de conocer la teoría las “herramientas” (odio esta palabra con avaricia), yo le llamo sugerencias, abrir la mente, dar opciones, enseñar técnicas, etc, supone en muchos casos un mucho de estudio, un más de reflexión intentando dar vida a los “sujetos” de los que nos hablan los libros y un todo de la experiencia diaria.
En algunos casos, esa experiencia es vicaria, es a través de lo que otros pacientes han padecido y te enseñan algunas características que no están en los libros.
Pero hoy hablamos de cáncer. Al final os pongo un poema, es sobre amor, y el cáncer también es amor, o más bien, de una época en la que temes perder todo el amor, simplemente desaparecer.
He tardado tres años en poder escribir sobre esto, a pesar de tener completamente normalizada mi situación, pero sentirme preparada para decir: ven, yo te entiendo, yo puedo anticipar tus miedos y enfados, tus negaciones, las tiradas de toalla, la debilidad, la apatía, la culpabilidad, eso…. se tarda un poco en digerir.
La vida me trajo este “regalito” en la forma que a mi me vienen las cosas, un poco a lo bestia, in extremis.
Si hay que tener un tumor que sea bien grande, el suspense hasta el final! y el spoiler está servido, aquí estoy, escribiendo y dispuesta a poner mi parte técnica de psicóloga y mi parte humana de sobreviviente de cáncer para ayudar a otros.
Mi objetivo no es sólo tratar a personas que padecen un cáncer. En este punto hay que trabajar las emociones: la negación, la rabia, la frustración, el miedo, la incertidumbre, el desconsuelo, la desesperanza, la pérdida (esperemos que momentánea) de todo aquello que nos hacía ser personas felices, autónomas…sanas.
Hay que trabajar los miedos antes de las pruebas, la espera de resultados, los miedos en las revisiones, el querer parar, el querer dejar el tratamiento por agotamiento…
También aparece el sentimiento de culpa, que yo no acepto ni en los fumadores con cáncer de pulmón: desde el minuto que hay un fumador sin cáncer, la culpa no es de la persona, que ha podido tener más papeletas, pero las células malignas anidan hasta en el pulmón más sano.
Hay que trabajar emociones, conductas, ayudar en los miedos, atender el pánico, saber que un enfermo oncológico no tiene una hora de visita semanal, tiene un terapeuta a su lado, hombro con hombro, y si es a las tres de la mañana cuando entra el terror, pues a las tres de la mañana. El pánico no tiene horarios.
He visto tanto, y he experimentado tanto, que se abrió un mundo delante. Igual pensáis que un mundo horrible, a nivel personal. No tanto, conseguí un manejo de la situación bastante óptimo (risoterapia, desdramatizar, mucha respiración abdominal, muchas autoinstrucciones positivas).
Para el resto de los días, todo el trabajo personal fundamentado en la Psicología, en el manejo de emociones y conductas me ayudaron en este proceso.
El enfermo oncológico necesita ayuda, personas o un terapeuta que se anticipe a los problemas (como el manejo de efectos secundarios, y poder hablar en un espacio seguro de sus miedos.
Un espacio seguro no es tan fácil de conseguir: en mi caso no fue mi familia, en concreto mis hijos, porque me sentía culpable de “lo que les estaba haciendo”.
Mis miedos los dejaba para mi mejor amiga, psicóloga también, pero que llegó a contagiarse emocionalmente de tal forma que años después me confesó que durante mi cáncer de pecho a ella le dolía el pecho izquierdo constantemente.
Aprendí de ellos, de mis “compañeros” de quimio, de mis “compañeros” de radio, de mis “compañeras” de gimnasia oncológica. Algunos ya no están, pero me dejaron sus lecciones.
A mi desde el diagnóstico, que era una bola negra king size, hasta el comienzo del tratamiento, me supuso un shock de 4 días en los que me aislé (y mejor, porque sólo decía tonterías sin sentido).
Necesité ese tiempo para recolocarme, me hice un duelo express, y pasé a la aceptación y compromiso (técnicas psicológicas), y me di cuenta que en un proceso oncológico te puedes repasar todas las emociones y conductas alteradas, y que para cada una hay una forma de abordarlas y minimizarlas.
Pero no sólo hay que tratar al paciente oncológico: los seres más allegados, los soldados de infantería, necesitan ayuda.
Sufren, también se sienten culpables, soportan nuestras bajadas a los infiernos, se preocupan cuando estamos especialmente débiles, cuando nos dan un mal resultado, cuando nos negamos a seguir el tratamiento, cuando decidimos que queremos morirnos porque no podemos más, lo malos humores, las exigencia.
Algunos resultan muy heridos por esta situación: ellos TIENEN que ser valientes porque no tienen un cáncer. Pero, ¿cómo ser valiente si tu ser querido está herido de muerte?
Aparece la depresión, la ansiedad (ésta la ponemos en mayúscula), el aislamiento social, algunos rencores por aquellos que “no estuvieron a la altura”, y especialmente, el cansancio de poner buena cara con la que está cayendo.
Os cuento todo esto para deciros: Tres años después de mi remisión del cáncer, me siento preparada para hacer un hueco preferencial a estos pacientes, que necesitan tanto y que sólo estando absolutamente preparada puedo afrontar con mi experiencia como terapeuta y como paciente.
Os dejo el poema prometido, os avisé: habla de amor, pero para mi el amor a la vida es el mayor de los amores.
Si necesitas mi mano: yo tengo dos.
“Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe”.
Lope de Vega