El dependiente emocional: Suelen ser personas con una baja autoestima, no creen en sus propias posibilidades de labrarse un futuro satisfactorio, de poder hacer aquello que les guste o proporcione una sensación de realización personal. Viven en un mundo en el que predomina el miedo a la soledad.
Leer másRUPTURA DE PAREJA: EL ALMA DEVASTADA
Una ruptura de pareja, aunque sea la mejor opción que pueda tener una persona para llegar a ser feliz, supone pasar un período de intenso dolor y desesperanza respecto al futuro.
Dentro de una pareja, la persona encuentra un refuerzo positivo en algunos aspectos fundamentales para el ser humano: sentirse acompañado (no estar solo en la vida), no percatarse de su propia soledad o aislamiento en caso de haber dejado de lado su vida anterior (ocio, amigos), sentir que camina junto a alguien.
La ruptura, aún siendo deseada o necesaria, produce un sentimiento de caos emocional en la persona: se encuentra perdida y experimenta dificultades para reorganizar su mundo personal (emocional y social).
El miedo atenaza, la desesperación por no saber cómo salir de esa situación y entonces aparece la idealización de la pareja perdida, omitiendo todos aquellos aspectos negativos y dolorosos de la relación.
Se empieza a pensar que tal vez se esté mejor acompañado que en soledad, y no se contempla la posibilidad de mejoría a largo plazo (ese corto plazo que nos lleva a todos por tan malos caminos).
El inicio de terapia con estas personas es difícil, tanto porque no son capaces de analizar el pasado con objetividad, como los pensamientos catastrofistas respecto al futuro. El "yo puedo" no suele ser parte de su vocabulario, y eso les dificulta, les lastra en su proceso de recuperación.
Utilicemos un símil (siempre vienen bien en terapia):
Imaginemos que teníamos un pequeño jardín: había flores y muchas hierbas malas. Era un jardín que no podíamos disfrutar porque las ortigas lastimaban nuestras piernas. A veces veíamos flores bonitas, pero en la mayoría de las ocasiones era un jardín al que no podíamos acceder.
Nadie quiere un jardín así. Tal vez sea necesario coger nuestra pequeña parcela y sanearla: es la ruptura.
Tras esa ruptura nos encontraremos con una parcela de tierra, en la que todavía hay alguna mala hierba (nuestros pensamientos torturadores, el anhelo de una relación, la desesperanza respecto al futuro).
Ya no hay ortigas, sólo malas hierbas, que tendremos que arrancar pacientemente hasta dejar la tierra sana.
Aún no es hermoso, no nos gusta nuestro jardín vacío de todo.
Empecemos la terapia entonces.
Sembremos.
Cuando se siembran semillas, el trabajo es arduo y no hay una recompensa inmediata. Trabajamos duramente sin recibir ningún fruto, ninguna flor, sólo la expectativa, la ilusión de que" algo hermoso brote.
Este es el núcleo de nuestra terapia: sembrar, trabajar de cara al futuro. Elegir y diseñar nuestro jardín, soñar con cómo será, sin saber exactamente cuándo lo veremos florecer.
Y poco a poco, ese jardín personal irá llenándose de todo aquello que hemos plantado. Pueden morir algunas plantas, puede que algún árbol no de buenos frutos, pero puede que algunas de las flores nos sorprendan con su belleza.
Sera nuestro jardiín, probablemente no perfecto, pero si nuestro, agradable de ver y de disfrutar. Un jardín que no daña, que no hiere, y del que podemos sentirnos orgullosos hasta del último de sus frutos.
Trabaja a largo plazo, siembra, sueña, aguanta el tirón de los malos momentos y no te quedes en el pasado o en el presente doloroso.
Si te hicieron daño, recuerda a Scarlatta O'Hara, y en tu campo sin fruto, levanta un puñado de tierra hacia el cielo y grita: "A Dios pongo por testigo que luchare para labrar mi propia felicidad"
RUPTURA DE PAREJA: CUANDO NO QUEREMOS VER LAS SEÑALES
Cuando una persona decide zanjar una relación, no nos engañemos, no es fruto de un impulso o de un capricho (habría que diferenciar de los dañinos “calentones” con amenaza incluida, que no son sanos ni responsables).
Una persona toma la decisión de abandonar la relación tras muchos intentos de cambiar las cosas, de hacer ver a la otra persona que no es feliz, que las cosas no marchan bien, que se está produciendo una distancia.
Sin embargo hay quien no toma en cuenta estas advertencias, son como los futbolistas, que tras veinticinco advertencias les pitan la roja y todavía se muestran incrédulos.
Las personas que no toman en cuenta los avisos de que las cosas van mal ni hacen nada por mejorarlas, simplemente no están considerando la posibilidad de que la ruptura se produzca.
Ellos/ellas han conseguido establecer en la relación una zona de confort a medida de sus necesidades, y tampoco están dispuestas a los esfuerzos, se sienten tan cómodos que piensan que nadie rompería una situación así.
A veces ni se plantean si el amor perdura, si la relación es gratificante, si era esto lo que desearon: la rutina les resulta segura y se autoconvencen de que ésta es la vida que siempre quisieron tener.
Pero la relación es de dos, y si la balanza se desequilibra, se produce el temido momento del “te dejo”.
Aquellas personas que han hecho caso omiso a que algo no iba bien, han adoptado la técnica de la avestruz que esconde la cabeza: no han querido darse cuenta, no han querido escuchar y no han querido solucionar los problemas, y ahora viene el momento delicado: el llanto y el crujir de dientes.
El miembro de la pareja que ha decidido acabar con todo lleva un proceso de desgaste en el que a pesar de sus intentos de que las cosas funcionen ha sentido impotencia, frustración y en muchos casos rencor.
No es que quieran el mal de la otra persona: simplemente necesitan con desesperación aire fresco, sentirse escuchados, comprendidos, apoyados, algo que no han tenido y que se ha ido haciendo tan patente como para que su decisión normalmente sea firme, a pesar de las promesas de cambio de la otra persona.
Cuando se plantean las situaciones así (que es un tipo de ruptura distinta a las discusiones diarias, infidelidades o problemas derivados de adicciones, etc), las rupturas por distanciamiento y desgaste, pueden llevar a situaciones en las que la persona abandonada actúa con muy poca madurez.
Suele adoptar la posición de víctima, rogar a su pareja, intentar de repente hacer todo aquello que se le demandaba durante años, pero ya no hay solución.
En estos casos suelen caer en situaciones de depresión y de ansiedad: tienen miedo al futuro, a la vida en solitario, a “quedarse solos” (qué egoísta es este sentimiento).
Es difícil que puedan hacer una labor de introspección que les lleve a comprender que el “fuera de servicio” llega por muchas cosas en las que su responsabiidad es un factor importante.
Pero es absolutamente necesario que recapaciten, seguir hacia adelante como víctimas inocentes les hará caer en los mismos errores y en las mismas tragedias.
El “no voy a poder”, “no soy capaz de afrontar esta situación”, “qué va a ser de mi a partir de ahora”, son quejas habituales.
Enseñarle a la persona a darse autoinstrucciones positivas, a buscar solución a los problemas prácticos que se le plantean es necesario para que poco a poco pueda ir recuperando la autoestima.
También es habitual que busquen el consuelo en sus allegados, algo que en principio es muy positivo, pero esa forma de ser, un tango egoísta hace que en realidad sólo quieran ser escuchados, no aconsejados.
Y ser escuchados como un taladro, sin reparar en que entre la escucha y la comprensión de un amigo o familiar y convertirte en el/la enfermera de la persona abandonada va un mundo, puede llegar a producir rechazo en los allegados que se sienten saturados.
El “no puedo” es un claro “ni lo voy a intentar”, y la persona lo primero que tiene que tener en cuenta es que no está ante una situación hipotética, está ante una realidad en la que no cabe el “me enfado y no respiro”.
Hay que tomar decisiones, aprender a salir lloradito/a de casa, analizar los problemas con los que nos encontramos, hacer cambios en la forma de vida, pedir ayuda si es necesaria para ir dando forma a una nueva trayectoria personal que nos haga crecer como personas, como seres humanos capaces de vencer las adversidades y superar el dolor.
El histerismo en estas situaciones agrava el problema. Cuando una persona entra en pánico y lo ve todo como insuperable, cada vez se encuentra más desesperada y ansiosa, es incapaz de tomar decisiones, duda de todo, pensar en mover un dedo ya le supone una hazaña épica.
Necesita recuperar la calma, y entender que, efectivamente está pasando por una situación muy desgraciada, pero mantener la calma, pensar en soluciones poco a poco, aceptar el mal momento con la confianza en un futuro mejor, le hará más llevadero el momento.
Especialmente importante es este tipo de rupturas cuando hay hijos. Involucrarles, hacerles ver nuestro malestar, nuestro miedo, llorar por las esquinas, puede tener consecuencias desastrosas.
Los chicos pueden sentir miedo del futuro al darse cuenta que uno de sus progenitores “no pilota” en absoluto, pueden perder el respeto o sentir desprecio hacia la actitud que toman.
Es lógico que sepan que el núcleo familiar está pasando por una situación dolorosa, que a ellos mismos les atañe, pero añadirles dolor por la impotencia de ver el sufrimiento extremo de uno de sus progenitores no hace bien a nadie.
Si alguien cercano a ti sufre una desgracia, le animas, le intentas insuflar fuerzas, le haces sentir capaz de superar la situación.
Eso mismo tienes que hacer contigo: darte autoinstrucciones positivas, planificar formas de pasar el trago (que no es eterno) de la mejor manera posible.
No caer en catastrofismos sobre una vida solitaria (siempre me acuerdo de la pobre señora que los cangrejos le comían las ropas en el Muelle de San Blas).
Es normal el dolor, es normal la decepción, y el miedo, pero el miedo no puede paralizarte: analiza, pide ayuda, haz un plan para resurgir, céntrate en los pequeños avances, date pequeños caprichos, SIÉNTETE ORGULLOSO/A DE TI.
La histeria nubla la razón, impide pensar, conduce al pánico, pero recuerda: estamos hablando de algo que ya está pasando, no es momento de perder el norte, es momento de centrarse, sufrir, tirar y esperar a un futuro que va a ser tuyo y va a ser bueno.
LA PÉRDIDA COMO ENFERMEDAD OBSESIVA
La obsesión ante la pérdida de una relación es una experiencia devastadora para el ser humano.
Es un estado de incapacidad de ser racional en lo que se piensa, se siente y lo que se ha vivido, que la persona, a pesar de comprender lo ilógico de sus sentimientos, no puede dejar de vivir pensando en la persona, anhelándola, buscando formas de solución y en muchos casos dedicando muchísimo tiempo a "perseguirla" y "espiarla".
Las personas relatan la focalizan absoluta de toda su vida y pensamientos en esa persona.
Son capaces de recordar las situaciones que les han llevado a la situación de ruptura, si ha habido infidelidades están dispuestos a olvidarlas (algo que lo piensan pero que en realidad, si recuperaran a la persona, sería el principal punto de inicio del nuevo proceso de ruptura).
Normalmente estas personas se encuentran aisladas de su entorno, que comienzan siendo comprensivos con su situación y acaban por exponerle la cruda realidad de lo enfermizo de la situación.
Cuando una pérdida sentimental se convierte en obsesión tiene que ser objeto de ayuda psicológica intensa, y en los momentos iniciales muy complicada por las propias barreras que pone la persona que se resiste a pensar en iniciar una vida en la que la persona perdida sea el núcleo de sus sentimientos y acciones.
El tratamiento pasa lógicamente por una búsqueda de actividades que puedan desconectar a la persona de ese pensamiento obsesivo, al principio no lo consiguen, y se requerirá paciencia y constancia para que vayan viendo como "poco a poco" ese cien por cien de tiempo dedicado a pensar, vigilar y hablar sobre la persona perdida se va reduciendo.
Las amistades tienen un papel fundamental de apoyo para la persona, y deben evitar, activamente, hablar sobre este problema: la escucha empática, tan sanadora en los momentos iniciales, se puede volver una forma de retroalimentación para la persona respecto a sus pensamientos obsesivos.
Actividad, ocio alternativo, deporte si es posible y una terapia psicológica que ayude a la persona a que comprenda la realidad de la situación de pérdida son las formas adecuadas de tratamiento del problema.
Entendiendo siempre que el psicólogo no va a convencer en absoluto a la persona de lo inadecuado de sus pensamientos o de las pocas posibilidades que tiene de recuperar una relación cuando está definitivamente acabada.
La tarea del psicólogo en estos casos es la reestructuración cognitiva del propio paciente que es quien debe ir modificando sus pensamientos, buscando vías alternativas y siendo él mismo capaz de comprender que la obsesión por una persona deseada cuando es inaccesible, sólo produce sufrimiento, hace que no seamos conscientes de la realidad que nos llevó a esta situación, idealizando los buenos momentos y olvidando el dolor anterior y siendo incapaces de comprender que somos nosotros mismos los que trazamos nuestro futuro, los que tenemos la capacidad de superar las situaciones dolorosas (recordando lo bueno y lo malo) y haciendo un pronóstico real de "a qué nos llevaría esa situación si volviéramos a recuperar lo perdido".
Difícil, muy difícil, es una situación tremendamente dolorosa para el paciente. Pero como parte positiva, la superación de la obsesión genera un sentimiento de fuerza interior en el individuo, un incremento de la autoestima y una nueva ilusión por vivir que de poder experimentarla, sólo por unos segundos al inicio del proceso, les "daría alas" en su proceso de curación.
RUPTURAS: DEJAR UNA RELACIÓN NO HACE QUE SE ACABE EL MUNDO (AUNQUE LO PAREZCA)
La ruptura de una relación de pareja es vivido en muchas ocasiones como el fin de todo aquello que suponía nuestra “vida normal”.
Sufrimos porque recordamos a la persona con la que estábamos, pero esto, en serio, es una TRAMPA PSICOLÓGICA.
En nuestro interior lo que nos ocurre es el temor a emprender un nuevo camino en solitario, en muchas ocasiones sin tener actividades de ocio o amigos a los que llamar.
Las rupturas no suceden porque alguien de repente tenga el capricho de dejar atrás una relación.
Normalmente hay señales de alarma que o no vemos o no queremos ver, o simplemente nos sentimos cómodos en la situación y pensamos que será una situación pasajera.
Al principio las personas sí creen ciegamente que la ruptura se ha producido de forma espontánea, y no son capaces de reconocer que tal vez, por su parte, las cosas ya no fluían como antes, y que donde había pasión y compromiso, ahora hay tedio y rutina.
Probablemente el terror que produce enfrentarse en solitario a la vida, hace que consideremos que “más vale malo conocido que bueno por conocer” tenga un sentido positivo.
Muchas personas no saben cómo empezar a construir su nueva vida, porque se han dejado llevar por una situación de comodidad en la que no necesitaban hacer esfuerzos por planear el ocio o ni siquiera se planteaban un sábado en solitario.
Ahora empieza el drama, la paralización, la incapacidad de ver salidas y las ideas irracionales como “qué pensarán” al ver sola en una terraza a una persona tomando algo.
El primer trabajo de reconstrucción de la persona es que aprenda a darse tiempo: no hay que buscar un parche emocional, porque eso sólo produce una cascada de fracasos.
Comienza la nueva era: querernos, aceptarnos, intentar mejorar aquello que no nos gusta de nosotros mismos y aprender algo que de niños sabíamos perfectamente: elegir aquellas actividades o amigos que nos suponían una fuente de satisfacción.
Ese tiempo de querernos y conocernos es clave para establecer una personalidad más sabia, segura y con capacidad de luchar por sus sueños, sin crearse dependencias ni necesidades.
Para avanzar en este camino la primera regla es no juzgarnos a nosotros mismos, dejarnos del “que dirán”, porque más personas de lo que podemos imaginarnos, están pasando por la misma situación , y otras muchas, si tuvieran el suficiente coraje, romperían con relaciones en las que se sientes atrapad@s.
Empieza con la lista de cosas que te dejaste por el camino, o que nunca tuviste tiempo de hacer, busca grupos de actividades (no todo en la vida es buscar pareja).
Piensa que todas las personas que están en esos grupos han pasado por lo mismo que tú, y han optado por salir y disfrutar, dejando atrás sus miedos.
Así que piensa por un momento: AHORA ES TU MOMENTO, no lo dejes escapar!
HAY UN TIEMPO PARA CADA COSA. MEDITA SOBRE LO QUE PROCEDE
El problema viene cuando no respetamos los tiempos para cada cosa, no dejamos que la vida fluya al compás de la situación, y surge el malestar.
Queremos recibir los frutos sin habernos tomado el tiempo de sufrir plantando y esperando que germinen nuestros esfuerzos, buscando siempre la recompensa rápida, sin aprender a sufrir para lograr.
Y así surgen problemas de frustración (esto le pasa especialmente a la gente joven que piensa que los móviles crecen en los árboles, y la paga es un derecho a cambio de nada).
Otras partes que tienen mucho de psicológico son las que hablan de los tiempos de abrazarse y los tiempos de despedirse (qué difícil resultan algunas rupturas, que se tornan eternas y tortuosas)
También aquellos en que se empeñan en ser amados por el hecho de estar enamorados, y que creen que terminarán consiguiendo que la otra persona se enamore por su perseverancia (entramos en la categoría cansinos históricos).
Estas personas no aceptan un no por respuesta y se mueven en el mundo de las obsesiones y los celos.
Y sí, también hay momentos de rasgar, y acabar con aquellas cuestiones que nos empobrecen (criticar, envidiar, mentir, tener adicciones…).
Hay momentos para romper con ello y construir una vida en que todo aquello que en el fondo nos hería, lo cosamos para que tan sólo quede una pequeña cicatriz
Y sí, también es posible que llegue tiempo de odiar a quien se amó, tampoco vamos a ir por ahí de santitos.
El odio cuando nos dañan es una reacción natural, en la que imaginamos a la persona a la que amábamos sufriendo 17 tipos de torturas, a cual más cruel, si así te quedas mejor, adelante.
El proceso de duelo en una ruptura lleva el odio como una fase, pero ojo: esto no es barra libre: es una fase que tiene que estar muy limitadita en el tiempo, y que se puede cambiar por unas sesiones de boxeo que nos liberen.
El tiempo de odiar debe ser corto, dando lugar a otro momento: el de volver a amarte a ti mismo, en ese momento el odio se convertirá en indiferencia o una sonrisa torcida con un pensamiento “qué cabroncete/a” cuando recuerdes lo que te llevo a romper el amor.
También hay tiempo para la guerra, la lucha, la reclamación….pero no puede ser permanente. Los profesionales de la reivindicación terminan olvidando que una reivindicación debe orientarse al bienestar no a la crispación permanente.
Y sí, tiempo de hablar y de comunicarte, y de expresarte…y tiempo de callar para no dañar o simplemente para algo tan necesario como es escuchar.
Como veis no he seguido el orden de los versos. Intento que volváis sobre ellos, y que os paréis a buscar vuestra propia interpretación.
Y EL CORAZÓN ME ARDE
Hoy iba a bajar la basura. En la entrada estaban mis dos perretes durmiendo y me han mirado con adoración (o ganas de que les saque, quiero pensar lo primero) y de golpe he sentido que el corazón me ardía.
He pasado (o estoy en ello) pasando una experiencia vital dura, de esas que te enfrentan a toda tu vida y te hacen pensar, pero yo reconozco que tengo el extraño vicio de transformar toda emoción o cosa que me sucede en cómo ayudar a mis pacientes, como extrapolar cada experiencia.
Que te arda el corazón es la experiencia más bella que he experimentado, quitando tema nacimiento de niños y poquito más.
El corazón arde cuando la emoción te embarga, y eso no depende de nadie, depende de ti.
El corazón no arde por alguien, el corazón arde de las propias emociones, de la propia plenitud de percibir un momento con toda su magnitud: los ojos de tus perros diciéndote tanto sin decirte nada, la sonrisa de una persona cuando le sujetas una puerta, arde con un café escuchando una canción, arde con unas sábanas limpias…
Esperamos que la felicidad y la plenitud nos venga de fuera, y no pensamos que tal vez, hay muchas formas de permitir que nuestro corazón, nuestros sentidos, vibren ante cosas a las que no prestamos atención.
Deja que tu corazón arda de amor de la mañana a la noche, por todo, por todos, por cosas grandes y pequeñas, por sonidos, sensaciones, pequeños momentos, pequeños mimos, ante grandes amores o simplemente mirándote al espejo y sonriéndote a ti mismo.
El corazón te debe arder siempre, y cuando no lo haga, ven, “si necesitas una mano, recuerda que yo tengo dos”, vamos a encender esa llama para que vuelvas a sentir llamas dentro de ti.