El divorcio es una situación familiar traumática en la que hay dos personas responsables: el padre y la madre. Los niños podrán disfrutar de una situación normalizada y estable en cuanto sus padres sean capaces de diferenciar sus problemas de adultos con las necesidades y sentimientos de los hijos.
Leer másUN NIÑO DE PADRES DIVORCIADOS NO ES UN NIÑO HUÉRFANO
Es comprensible que el momento del divorcio esté impregnado por sentimientos negativos hacia la ex pareja. Se cuentan con los dedos de una mano esos divorcios idílicos en los que la pareja rompe, mantiene una relación de cariño y cooperación (lo que viene siendo una pareja civilizada).
En el divorcio hay uno que es “el malo”, el que da el paso de divorciarse, y pasa automáticamente a asumir el rol de destructor de la familia, y luego esta “el bueno”, el que ha sido abandonado, el que hubiera permanecido eternamente dentro de la unión por “el bien de los hijos”.
Esta simplificación máxima, y sin duda carente de veracidad, es sin embargo la esgrimida por las parejas cuando rompen.
Sin duda existen hechos y situaciones que han motivado la ruptura, y que no se basan sólo en el detonante final, sino que suele haber una situación de alejamiento y desgaste que la pareja no ha querido asumir por comodidad, miedo o convenciones sociales.
En cualquier caso, el momento de la ruptura convierte en dos personas que antes formaban un equipo, en rivales más enconados que un Madrid-Barsa.
La situación, en la que hay un daño emocional muy importante, se agudiza con los temas económicos, en los que ambas partes intentan barrer para casa pensando en rehacer la parte material de su futuro.
Las guerras púnicas que se desatan por la tele, la casa, el juego de plata, el perro, la vajilla buena, o los paños de cocina, vistas desde fuera resultan incomprensibles.
Sacamos el video de la boda, les hacemos un video en la mesa de negociación de las condiciones del divorcio y nos encontramos con dos lindos y cursis gatitos convertidos en tigres de Bengala (pero de los que llevan sin comer varias semanas).
Así que hemos ido sumando factores para llegar a la irracionalidad total: los motivos del divorcio, la decisión del divorcio y el reparto de bienes.
Terminados estos puntos nos solemos encontrar con dos personas que miran para si mismas y suelen ser sinceras cuando dicen que “quieren lo mejor para sus hijos”, porque claro, la cara B de la otra persona, la hasta ahora desconocida, no parece que sea una buena carta de presentación como el mejor padre o la mejor madre.
Ahora es cuando toca hacer el análisis profundo de la situación: los hijos nacen dentro de una relación de pareja, se crían dentro de una familia en la que se les inculca el amor y el respeto al padre y a la madre. Los niños crean sus vínculos afectivos con sus progenitores, que les proporcionan amor y seguridad.
Esta situación que hemos ido creando en la época de las “vacas gordas” no podemos revertirla ahora.
No podemos decirle a los niños que esa persona, su padre o madre, en la que confiaban y que nosotros mismos hemos enseñado a que respetaran y quisieran, es malo, no les quiere, no les va a cuidar, tiene otras cosas que le importan ahora más que sus hijos.
Eso no es querer a un hijo: es romperle la infancia, es romper su escala de valores, socavar el suelo en el que pisan seguros dejando un abismo de miedo y desconfianza. Aprenden que los adultos les han mentido, que de aquellos que pensaban que les querían era todo una farsa.
Los niños no se divorcian de sus padres, nosotros, los adultos, somos los que rompemos una pareja, en algunos casos seremos los que tomamos la decisión, en otras experimentaremos el dolor de vernos traicionados. Es un trabajo muy duro mantener el tipo durante el divorcio y disociar la ruptura de lo que no se puede romper: la parentalidad.
Lo ideal es que los padres hablen sobre los dos escenarios en los que se mueven ahora: a nivel pareja el rencor, la desconfianza, el odio africano, el despecho (todo muy humano y afortunadamente pasajero si se consigue avanzar en el terreno personal).
Otra cosa es la crianza y bienestar de los niños: los pactos para que ellos conozcan la nueva situación: papa y mama ya no se divierten juntos, han dejado de ser mejores amigos, pero se respetan y ambos os queremos, y eso es algo que no se puede romper.
La actitud colaboradora, los halagos (a veces hay que ser un poco falso) sobre el otro miembro de la pareja cuando los niños cuentan algo emocionados, el consenso en la toma de decisiones respecto a ellos, la flexibilidad, el diálogo, les dará un nuevo marco de estabilidad y normalidad necesario para su desarrollo.
Lo que hace que los niños se traumaticen con el divorcio no es la ruptura de la unidad familiar en el sentido “casa común”, lo que les duele son las luchas entre los padres que tienen que presenciar, el papel que a veces se le hace tomar de paño de lágrimas de uno de los cónyuges, el oír cosas denigrantes sobre uno de ellos, o que les digan que ya no les quieren o no importan.
Hay veces que uno de los padres no se comporta tras el divorcio como debería: no hace suficiente caso al hijo, deja de asumir sus responsabilidades económicas, se ausenta.
Todo ello debe ser explicado a los niños de una forma que no les haga sentirse culpables (que es lo que les suele ocurrir), ni tampoco utilizar el insulto o decirles que esa persona ya no les quiere.
Hay que dejar al niño tranquilo, contestar a sus preguntas amortiguando un poco las verdades crueles, no es cuestión de que el progenitor responsable quede como un santo abnegado, no es el momento de ponernos medallas. La máxima expresión de amor es no hacer más grandes las heridas de nuestros hijos.
El tiempo pone cada cosa en su sitio, cuando sean mayores, por ellos mismos, sabrán qué lugar ocuparon cada uno de sus padres en sus vidas, qué lugar quieren que ocupen, pero deben ser ellos mismos quienes se den cuenta.
En realidad, aquel progenitor que abandona a sus hijos es un pobre desgraciado, porque se pierde lo más bello de la vida: la infancia de un hijo.
CUANDO LOS PADRES SE DIVORCIAN, LOS HIJOS NO LO HACEN
Siempre estamos a vueltas con el tema de la custodia de los menores sobre el divorcio.
Hace años la patria potestad era ejercida por ambos progenitores, y la custodia normalmente se concedía a la madre de los niños, teniendo el progenitor no custodio el derecho a visitas intersemanales y en algunos casos a pernocta los fines de semana.
De la misma forma, los niños permanecían en el hogar familiar y el progenitor no custodio hacía frente a una pensión de alimentos para cubrir las necesidades de los hijos.
Puesto sobre el papel, de manera fría, puede parecer mejor o peor, pero la situación que se creaba era de un profundo dramatismo.
En esos primeros tiempos, normalmente el padre salía de casa (daba igual la vinculación o cuidado proporcionado a los hijos), y las pensiones leoninas hacían que muchos acabaran viviendo en pisos compartidos o regresaran al hogar de sus padres.
Acabar con la pensión compensatoria, por la que había que pagar un dinero a la mujer todos los meses, afortunadamente ya nos queda un poco atrás y se limita a la ruptura de matrimonios de más edad en los que la mujer se ha dedicado al cuidado del hogar, no habiéndose incorporado al mercado laboral.
Personalmente opino que terminar con esta pensión compensatoria ha sido muy positivo para la incorporación de la mujer al mundo laboral, y poder desarrollarse en igualdad de oportunidades, y a la vez, poder tomar decisiones, como el divorcio, sin estar mediadas por necesidades económicas.
En el momento actual la tendencia es la custodia compartida, algo que a pesar de la naturalidad y el beneficio que representa para los niños, todavía no es bien aceptado en todas las familias, en las que se sigue luchando por la custodia para la mujer.
Desde la Psicología Jurídica ya son pocos los casos en que se hagan periciales para establecer la mejor opción (desde el punto de vista psicológico y psicosocial) como instrumento de apoyo a las decisiones judiciales.
Normalmente los padres no están de acuerdo a la realización de un peritaje conjunto y en ese caso, ya ni qué decir de peritar a los menores, para lo que se necesita el consentimiento expreso de ambos progenitores es imposible.
El hecho de acudir a Juicio para establecer unas medidas provisionales en las que se realice la disolución de los bienes (gananciales) y establecer la mejor situación de convivencia para los menores, es extremadamente infrecuente.
En cuanto se toca el dinero, se monta la Mundial, y del dinero pasamos a los niños y a lo que haga falta.
Yo pediría a los padres que están en proceso de divorcio UN EJERCICIO DE RESPONSABILIDAD.
Exceptuando los casos en los que se dan circunstancias de violencia doméstica, adicciones por una de las partes, alguna psicopatología que ponga en peligro a los niños o cualquier circunstancia real que les afecte negativamente, buscaría la solución de una custodia compartida.
Porque los niños no se divorcian de sus padres, esta es una cuestión de adultos: en ella se metieron, pues que de ella salgan solitos, que ellos no son los muebles del salón.
Entre los últimos motivos para solicitar la custodia de unos menores está, por ejemplo, la reducción de jornada para el cuidado de los niños. Esto se esgrime como un acto de generosidad hacia los niños y dejar aparte el desarrollo profesional.
Aquí diría: cuidadito: hay profesiones en las que no es posible pedir una reducción de jornada, o que ambos progenitores deciden cuál de los dos es el que tiene más facilidades para poder solicitarla.
¿Es malo el que no coge la reducción de jornada? ¿Y si no puede? pongamos un matrimonio que él trabaja de dependiente en unos grandes almacenes y ella es maestra en un colegio.
¿Cuál de los dos tiene más fácil solicitar la reducción? Creo que el hombre, y no por ello la madre es peor ni se involucra menos en el cuidado de los hijos, y claro, por supuesto que el que solicita reducción de jornada está más involucrado en el cuidado de los niños, porque la reducción de jornada se cimienta en el cuidado de los hijos, no en ir a jugar al pádel o ver Tele 5 por las tardes.
Bajo mi punto de vista, en caso de litigio, sería necesario que ambos padres pasaran por un profundo estudio psicológico, en el que se descartara la posibilidad de hacer daño directo o indirecto al niño, y la existencia de psicopatología, falta de responsabilidad, interés, etc, y en caso de que ambos padres fueron adecuados para atender a los niños, se optara por la custodia compartida.
Ojo, no es una cuestión cualitativa: un padre puede ser muy cariñoso con los niños pero darles de cena pizza por no oírles, una madre puede tirarse horas con los deberes del niño y dejarle el resto del tiempo de ocio a que le cuide la Playstation.
De todo hay, lo importante es la voluntad, la calidad no puede ser decisiva en estos temas, en los que por otra parte, muchas veces, la custodia compartida hace que ambas partes se involucren más y mejor con sus niños compartiendo tiempo de calidad y todas las responsabilidades en el tiempo que permanecen con ellos.
Y por favor, los padres deben comprender que los motivos del divorcio no son extrapolables a las decisiones del cuidado de los hijos: un padre o una madre pueden haber sido infieles a su pareja y no por ello ser malos padres, por ejemplo (es que se da mucho).
Y ante todo: una vez que se ha comenzado la vida por separado, intentar que lo que une, los hijos, sirva para seguir siendo familia, ya que lo que no podemos pedir es a la Justicia que obre para la protección integral y prioritaria del menor y luego nosotros, en nuestras casas, estemos diciendo o haciendo cosas que hacen sufrir a nuestros hijos, contraviniendo esta protección del menor.
De las cosas más bonitas que he podido ver en consulta es cuando vienen padres divorciados con un niño, que tiene algún tipo de problema, y vienen ambos, y se involucran, y se ve al niño o la niña perfectamente cómodos, protegidos, relajados.
Ese tipo de padres son para mi los que quieren a sus hijos por encima de todas la cosas, que apartan sus rencores y construyen sus vidas respetando lo más sagrado que tienen: la vida que ellos mismos dieron.
Y TU, ¿POR QUÉ GRITAS A QUIEN AMAS?
El refranero popular debería ser asignatura de primero en la carrera de Psicología, y es que recoge la experiencia de la vida de una forma simple y a veces muy certera.
"Donde hay confianza da asco", sería un excelente ejemplo de cómo se tratan algunas parejas según va pasando el tiempo de convivencia: se pierden el respeto.
Visto desde fuera resulta sorprendente como personas que tienen un proyecto de vida en común, y en muchos casos hijos, están permanentemente en lucha, soltando descalificaciones a la mínima, poniendo el grito en el cielo a cada minuto o contestando con ladridos a cualquier demanda de su pareja.
¿Acaso se han dejado de querer? pues no, no tiene nada que ver. Se quieren pero se han dejado en el camino algo esencial que les unió: el deseo de cuidarse, la admiración, el respeto.
Cuando vienen personas a la consulta para una terapia de pareja con este problema (no se aguantan, no paran de discutir en todo el día, se llevan la contraria sistemáticamente, todo les sienta mal), lo primero que observo es la falta de contacto ocular entre ellos, unido evidentemente a la falta de contacto físico.
Se echan en cara auténticas barbaridades, no se ponen en el lugar del otro y sólo parecen estar pendientes de quedar por encima, de demostrar que uno es el bueno y otro es el malo.
La situación lógicamente es de una gran hostilidad, primando el afecto negativo en sus relaciones. Les suelo preguntar: ¿Vd. habla así a su jefe? la respuesta es un no tajante. Mi siguiente pregunta es: ¿si tuviera que elegir, perdería el trabajo o la pareja? la respuesta es el trabajo.
Ya tenemos la ecuación: lo más importante es la pareja, pero a la pareja se le chilla PORQUE NO HAY AUTÉNTICAS CONSECUENCIAS NEGATIVAS. Al jefe no, es algo impensable.
Este es el punto de arranque: "resetear" la pareja a punto inicial, cuando el intercambio de gestos y palabras era gratificante, cuando se intentaba hacer feliz al otro, sintiendo la necesidad de crear amor.
Se pierde la forma, pero no el fondo, que simplemente ha quedado dormido. En terapia de pareja se trata en primer lugar de hacer ver a las personas su actitud, lo negativo de los comentarios que ya han dejado de dar importancia, marcando cada uno de ellos e instando a las personas por expresar sus necesidades, deseos, e incluso lo que le incomoda de forma positiva.
Posteriormente existen técnicas específicas para incrementar los "refuerzos positivos" entre las parejas (es increíble ver cómo cuando se les proponen algunas sencillas técnicas sonríen azorados, como si les diera apuro expresar ternura).
Existiendo una base de amor y un deseo de permanencia por parte de ambos, erradicar los hábitos nocivos que han convertido la convivencia en un intercambio hostil es una tarea ilusionante.
La pareja que pasa por esa experiencia suele relatar después una mejora en la calidad de la relación que no sólo pasa por la convivencia en sí, sino por el deseo de recuperar muchas sensaciones dormidas.
ENFRENTARSE A LOS 50 EN SOLEDAD
Empiezo aclarando que no es que vaya a hablar de quedarse sin pareja explícitamente en la década de los cincuenta, vale por igual para otras edades, pero he cogido ésta porque supone el mayor volumen de pacientes que acuden a consulta por un problema de soledad.
Hablamos de hombres y mujeres que han tenido pareja y han roto. Consideran que ya son demasiado mayores para rehacer su vida (premisa falsa) en primer lugar porque piensan que rehacer su vida sería tener otra pareja, en segundo lugar porque el sentimiento de “ser ya demasiado mayor” se encuentra igual en jóvenes de 20 años.
El estado de ánimo, ver el lado negativo de la situación nos hace pensar que nunca, nunca (pero que nunca, eh?) vamos a encontrar OTRA pareja y que jamás seremos felices.
En personas más jóvenes este pensamiento irracional les dura normalmente una semana de pijama, manta y ojos como bolas de billar de llorar con las canciones más patéticas que encuentran en su playlist.
Al poco tiempo se sacuden el polvo del camino y vuelven a salir, hacer planes y normalizar su vida (excepto que el tema se complique con obsesiones por la pareja, idas y venidas y situaciones que pueden enquistar la situación).
En hombres y mujeres de 50 años la situación es diferente, lloran menos y se desesperan más. Se bloquean.
Las mujeres consideran que ya no hay oportunidades de volver a ser feliz, y los hombres se lanzan al thinder como posesos (las mujeres en muchos casos, también: siempre están las amigas bien intencionadas pero con menos capacidad de análisis que un puercoespín).
El problema es que la ruptura de una pareja a esta edad, cuando no se espera y la vida ya está construida y se piensa en recoger los frutos, es que no nos paramos mucho a pensar.
Las parejas no se rompen así, como a quien se le cae un cubierto. Las parejas se rompen porque hay un desgaste previo y dos personas que han pensado que metiendo la cabeza bajo tierra, las cosas se arreglarían, total, toda la vida juntos…. pero muchas veces uno de ellos no se quiere resignar y rompe la relación.
Normalmente a las personas que vienen tras una de estas rupturas, y que están obsesionadas por querer recuperar la relación, les hago reflexionar sobre cómo era realmente su relación. Vaya sorpresas te llevas entonces: él o ella hacía tiempo que pasaban de todo, que todo eran disputas, que no tenían relaciones, que no tenían cosas en común más que la rutina.
Y entonces viene la pregunta que les deja a cuadros: ¿tú estás enamorado/a de la persona de ahora o de la que conociste, la de los primeros años?.
No falla, normalmente se dan cuenta que ya no están enamorados, pero lo más increíble es que lo descubren en la reflexión, vamos, que venían pensando que perdían al amor de su vida.
Y en este momento empieza el trabajo: VAMOS A REHACER TU VIDA. ¿Y qué es rehacer una vida?, ¿encontrar nueva pareja? PUES NO, DEFINITIVAMENTE NO.
Rehacer la vida es encontrarse a uno mismo, interrogarse sobre cosas como: y yo, a los veinte años, ¿qué ilusiones y proyectos tenía? de repente nos damos cuenta de los viajes que no hemos hecho, de aquellas ganas de aprender piano, o inglés, o hacer algo de deporte, o aprender cocina japonesa o tener un grupo de amigas o amigos con los que compartir momentos de risa, sin presión, sin buscar nada más que pasar un buen rato.
Y la soledad cuando te encuentras contigo mismo, ya no es soledad, es paz.
Empleas el tiempo como tu quieres, haces lo que te apetece y sabes que existen un montón de cosas por vivir, pero para ello hay que arriesgarse, si te compras la toquilla de lana y la mecedora, estás perdido/a. Hay que arriesgarse.
Nadie te va a juzgar por empezar a hacer cosas “a tu edad” porque resulta que cada día rompen parejas y mueren parejas, y siempre hay personas que sienten lo mismo que puedes sentir tu: soledad y sensación de haber perdido algún tren.
Reflexiona por un segundo sobre una imagen muy característica: personas mucho mayores que tú, las personas de 70, 80, etc. años que viajan con el Imserso. Se lo pasan como auténticos enanos!
Esto mismo ocurre con personas que se quedan viudas, como su objetivo no es encontrar otra pareja, se reponen antes, buscan actividades, socializan, hacen yoga o se van de senderismo o a conocer su ciudad o al teatro…. no tienen esa presión por conocer a alguien.
En ese punto te tienes que situar: has terminado una relación y te reconoces que realmente no eras feliz (si alguien te deja es porque ya no te quiere, y si no te quiere, difícilmente te hará feliz.
Tienes que encontrarte a ti misma/o, perder los miedos, vencer las inseguridades, cambiar la forma de pensar hacia una actitud más positiva, y pensar que la felicidad se construye, no aparece.
Y ojalá en tu camino aparezca nuevamente una persona que te colme, y que ya, con lo aprendido en el camino, sepas decir sí o decir no, pero porque sea lo que quieres, no lo que necesites. Ojalá que aprendas que a veces “no hay mal que por bien no venga” y que sepas que el amor más importante de tu vida eres tú.
Empieza hoy mismo a construir tu felicidad, ya tengas 20, 30, 40, 50, 60, 70…. (bueno los de 70 suelen pasárselo pipa, no sé yo bien que tiene esa edad).
Feliz día para todos vosotros.
LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS (LA DESTRUCCIÓN DE LA PAREJA)
El amor, el compromiso, el “contigo pan y cebolla”… ¡qué tierno todo! Cuánta ilusión por comenzar una vida en común y, sin embargo, cuántas veces nos alejamos de aquellos objetivos que nos guiaban para unir la vida a la otra persona.
Lo que era comprensión, complicidad e ilusión, se convierte en una rutina llena de reproches y rencores.
Sin darnos cuenta nos dejamos engullir por la rutina, por las responsabilidades y nos olvidamos de que esas responsabilidades que un día aceptamos como vehículo para unirnos a otra persona, se han convertido en la esencia de la relación y él “nosotros” ha pasado a ser un asunto fastidioso, fuente de malestar.
John Gottman diseñó un método de trabajo en los conflictos de pareja, que incide en los cuatro problemas fundamentales que existen en la relación. A ellos se refiere con el terrorífico nombre de “Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis”
Siguiendo el método Gottman, el objetivo en la terapia de pareja es ayudar a las personas a cambiar el conflicto verbal por formas más adaptadas de comunicación, fomentando la complicidad, la intimidad, el respeto y las muestras de afecto.
Igualmente se marcan aquellas actitudes para evitar el conflicto (sin que por ello desaparezca), o de mantener una actitud retadora, a la defensiva.
En definitiva, se busca cambiar el conflicto verbal por comunicación y tender puentes para que las conductas que van abriendo una brecha entre la pareja desaparezcan y vuelvan a “sintonizar”.
Es una trabajo en el que el terapeuta, a través de una escucha y observación de la interacción que se produce en la pareja, va marcando aquellos “jinetes” que van cabalgando directamente hacia la destrucción de la relación.
Se busca dotar a las personas herramientas de comunicación o de modificación de conducta para incrementar el intercambio positivo y volver a esa línea base en la que decidieron que merecía la pena construir un proyecto de vida en común.
"QUEDAMOS COMO AMIGOS": ERROR
Romper una relación es una situación difícil para cualquier persona.
Decir adiós definitivamente a alguien a quien has querido remueve la parte de recuerdos y sentimientos bonitos que pugnan por ganar la batalla a la razón que impone que la relación ya no compensa, que es momento de continuar el camino
En muchas parejas el proceso de ruptura supone un tremendo desgaste: intentan una y otra vez recomponer la situación, que cada vez se va deteriorando más.
Cuando ya no queda salida, es el momento de la separación definitiva, pero un adiós para siempre es un poco “la muerte de algo”, y para eso es muy complicado estar preparados.
La ruptura no queda exenta de una esperanza de cambio, de retorno a la situación de inicio, sin darnos cuenta que aquella persona que pensamos que amamos, ya no es la misma que nos enamoramos. Nos aferramos a los “buenos momentos” ignorando la situación actual.
Normalmente el doloroso proceso de “devolverse los regalos” (algo que es completamente absurdo, ni que fuéramos a reutilizarlos con la siguiente pareja: un regalo es un regalo), sigue la célebre frase “podemos seguir siendo amigos”
Pensemos:
PODERMOS SEGUIR SIENDO AMIGOS
Pero, ¿qué es un amigo?: un amigo es una persona a la que llamamos para contarle nuestras preocupaciones, para hacerle partícipe de alegrías, para charlar de temas intrascendentes, para contarle si alguien nos pone ojitos o se lo ponemos nosotros.
El amigo reconforta, apoya, aconseja de una forma desinteresada: nuestra felicidad es una fuente de satisfacción.
Ahora volvemos al ex o a la ex. El supuesto amigo/a Nos va a quedar una conversación muy bonita si le llamamos para decirle que estamos ilusionadísimos/as conociendo a alguien.
Pongo la mano en el fuego que se va a alegrar un montón de corazón (voy saliendo para la unidad de quemados).
El ser humano no tiene esa capacidad de regeneración de sentimientos. Una cosa es que ya no queramos a esa persona como pareja y otra bien distinta que le sepamos feliz con otra persona y nos alegremos.
Nos alegramos, pero nos fastidia más, nos produce celos nos crea inseguridad.
Toda pareja que rompe piensa que el otro o la otra se han puesto guapísimos. Qué casualidad.
Dos personas que han compartido colchón no pueden ser amigos, porque es muy aburrido esquivar temas personales por no dañar y centrarse en banalidades.
Si tiene que llegar esa amistad será más adelante, cuando ambos hallan conseguido recuperar la felicidad, haber creado un nuevo proyecto de vida y puedan recordar aquella relación con cariño, con ternura.
A veces pasa y entonces sí, existe la amistad, pero es importante saber que ni es lo normal en una ruptura ni suele suceder.
Cuando la pareja rompe la medicina es la distancia, si sigues mirando hacia atrás es complicado caminar hacia el futuro.
Ahórrate el intento. Es una muy mala idea, y lo más probable es que esa buena intención os acabe convirtiendo en enemigos.
El corazón necesita un tiempo para recuperarse de una cirugía cardíaca tan invasiva como una ruptura:: tómate tu tiempo de recuperación, pasa página.
CUANDO EL DIVORCIO NO ES UN MERCADO PERSA
La co-parentalidad o modelo de custodia compartida se está extendiendo con fuerza por toda Europa. En España nos cuesta aceptarla, porque nuestro modelo familiar es tal vez más tradicional que el de los países anglosajones.
Tradicionalmente el divorcio con hijos suponía la custodia para la madre y un régimen de visitas más o menos extenso para el padre.
Dependiendo de las posibilidades económicas de cada pareja, la cosa terminaba con uno viviendo en cada casa o en algunos casos el hombre viviendo en una caravana (llegó a prohibirse la pernocta en campings para hombres divorciados).
Hay que partir de la base de que un divorcio es una situación complicada en la que cada miembro de la pareja tiene sus propios sentimientos negativos (en algunos casos, puede existir también el sentimiento de culpa).
Este modelo tradicional de madre con los niños, padre visitando a los niños ha supuesto una gran desventaja para los menores, que en muchísimas ocasiones han perdido la vinculación afectiva con su progenitor, al considerarle o bien el cajero automático de la familia o el culpable de todos los males familiares.
Este modelo es absolutamente injusto en una sociedad actual en la que padre y madre trabajan y ambos colaboran en las tareas domésticas y en el cuidado de los hijos.
Siempre habrá casos excepcionales y situaciones excepcionales, que son precisamente las que deben ser evaluadas para establecer la APTITUD PARENTAL de los progenitores.
En caso de que ambos hayan sido padres dedicados, que no significa exactos, porque el hecho de que la madre haga lleve a los niños a parque no la hace mejor que el padre que se queda haciendo la comida y poniendo lavadoras (esto es un reparto de tareas).
Si ambos padres han optado por una responsabilidad responsable, las situaciones puntuales que han podido llevar al divorcio no son motivo a tener en cuenta para desposeer a uno de los progenitores de la custodia. Hablamos de padres, hijos y la responsabilidad y amor que demuestran hacia ellos.
Por esto los niños no deberían tener que pasar por el "trago" de ver que se quedan con uno de sus progenitores pasando el otro a ser "el de me toca".
Cuando son pequeños les gusta más: si el padre tiene posibilidades económicas les colmará de regalos y no les castigará demasiado, total, para lo poco que ven a los niños.
Esto conduce al papel de la madre sobrecargada y normalmente enfadada por tener que quedar como el ogro educando a los niños en solitario y llevándose lo que consideran la peor parte.
Los modelos de custodia compartida abogan por niños que pasan la mitad del tiempo con cada progenitor, dependiendo de las circunstancias económicas ambos pueden coger una nueva casa o ejercer su tiempo de custodia en la casa familiar sin mover al niño de su entorno.
Este tipo de educación se considera más colaborativa, ya que responsabilidades, buenos y malos momentos, etc se pasan al cincuenta por cien. También los padres necesitan comunicarse más allá de un frío mensaje si surge algún imprevisto.
Económicamente resulta menos doloroso para los cónyuges y más fácil de asumir para los niños.
Esta situación se hace especialmente clara con hijos adolescentes: un padre/madre que ve a sus hijos dos tardes en semana y fines de semana alternos se dará pronto cuenta que los deberes invaden sus días intersemanales, que apenas tienen tiempo de comentar el día a día, y los fines de semana pasan de "padres" a "revientaplanes".
Es ley de vida, todos hemos sido jóvenes y a todos nos ha llegado el momento de preferir estar con los amigos que con los padres.
La custodia compartida es dura, pero a la larga se puede convertir en una fuente de riqueza emocional para los niños, que van aprendiendo más de su padre y de su madre como seres individuales
Además que los padres aprenden la esencia de la paternidad: desde el mismo momento en que nacieron, los niños son de ambos, aquí no hay quien sea más que nadie.
NUNCA TE SEPARES "EN CALIENTE"
Muchas personas que viven en pareja llegan a un momento en su vida en las que el tedio, la incomprensión, la soledad se han hecho sus mejores compañeros.
Miran atrás, a los que les llevó a unirse a una persona y no pueden encontrar ninguna de las razones.
La ilusión, el compromiso, las ganas de compartir y disfrutar de las pequeñas cosas se han esfumado y se sienten completamente vacías, y en algunas ocasiones desesperadas.
La presión familiar, los amigos, la presencia de hijos, la motivación económica, hacen difícil replantearse la vida, la persona se encuentra en un cruce de caminos: la felicidad y la estabilidad.
Esta situación es realmente peligrosa. La insatisfacción personal puede llevar a ver todo bajo un prisma negativo, a no estar atento a la parte buena de la relación, minimizando la gratificación que recibe y focalizando la atención en los aspectos negativos, lo que alimenta la sensación de vacío y fracaso.
Ante una situación de este tipo, es necesario que la persona analice sus sentimientos, de una forma global.
En algunas ocasiones, la ayuda de un terapeuta que dirija las preguntas que la persona debería formularse, puede ayudar a ese proceso de clarificación.
Dejar a la otra parte de la pareja al margen de esta crisis puede resultar perjudicial y por supuesto, nada leal: el otro tiene que saber su parte de responsabilidad y tener la oportunidad de meditar sobre hacia dónde se dirige su relación
Si los lazos son el cariño o el amor verdadero, si existen los motivos que les llevaron a unir sus vidas, y si quiere luchar (de verdad) para buscar nuevas vías para fortalecer su compromiso.
La terapia de pareja puede ayudar mucho a las parejas en crisis, cuando existe realmente una motivación para cambiar aquellas actitudes o formas de ver la relación que les han hecho alejarse.
Desgraciadamente muchas veces en terapia de pareja nos encontramos con una falta de compromiso: una de las partes busca realmente nuevas fórmulas de acercamiento y la otra parte "está cubriendo el expediente" porque no desea abandonar la relación.
Las personas ante una crisis de relación deberían disgregar los aspectos de permanencia o abandono, analizando cada factor por separado. El núcleo de la intervención se basa en la propia felicidad del individuo, y los miedos se tendrán que ir tratando uno a uno.
Es absurdo continuar con una pareja cuando no existe comunicación o las muestras de afecto se reducen a una relación fría y "políticamente correcta", ya que eso es una fuente de insatisfacción no sólo para ambas personas, sino también para las personas que forman el núcleo familiar.
Establecer las verdaderas razones que nos llevan a pensar que la relación está acabada tienen que pasar por un análisis "con el corazón el la mano", ya que a veces factores externos, como enamoramientos por cubrir el vacío afectivo, envidia de la situación de otras personas en situación de libertad, pueden llevar a una obstinación respecto al fin con consecuencias dramáticas.
Si la situación realmente no depende de factores externos, o la necesidad de un cambio ha aparecido de forma independiente o anterior, la persona debe evaluar su momento afectivo de forma intrínseca, buscando lo que realmente desea en la vida.
Debe tener en cuenta el daño que produce, pero no como un factor de paralización de su camino, sino buscando la forma más madura y adaptada de plantear esta nueva situación.
En ocasiones se espera a que los niños sean mayores, para que no sufran (¿alguien cree realmente que el sufrimiento de los hijos es menor a los 20 años que a los 10?, ¿no será la forma y no la edad la que tengan repercusión sobre el afrontamiento de la situación?).
Otras veces es el "disgusto que se va a llevar la familia" lo que paraliza el proceso, o la presencia de problemas económicos que hacen difícil o imposible la existencia de dos núcleos familiares: si la casa pesa más que la felicidad, tal vez la persona deba plantearse que sus objetivos vitales están más próximos a lo material que a lo afectivo y deba quedarse en esa situación.
Dar a la otra persona la posibilidad de ser nuevamente amada, cuando nosotros ya no tenemos nada que ofrecer más que una convención social o un interés económico es a veces un síntoma de salud mental, equilibrio personal y coherencia.
Además de representar el último gesto de generosidad hacia alguien que tal vez se merezca algo mejor.
RUPTURA DE PAREJA: CUANDO NO QUEREMOS VER LAS SEÑALES
Cuando una persona decide zanjar una relación, no nos engañemos, no es fruto de un impulso o de un capricho (habría que diferenciar de los dañinos “calentones” con amenaza incluida, que no son sanos ni responsables).
Una persona toma la decisión de abandonar la relación tras muchos intentos de cambiar las cosas, de hacer ver a la otra persona que no es feliz, que las cosas no marchan bien, que se está produciendo una distancia.
Sin embargo hay quien no toma en cuenta estas advertencias, son como los futbolistas, que tras veinticinco advertencias les pitan la roja y todavía se muestran incrédulos.
Las personas que no toman en cuenta los avisos de que las cosas van mal ni hacen nada por mejorarlas, simplemente no están considerando la posibilidad de que la ruptura se produzca.
Ellos/ellas han conseguido establecer en la relación una zona de confort a medida de sus necesidades, y tampoco están dispuestas a los esfuerzos, se sienten tan cómodos que piensan que nadie rompería una situación así.
A veces ni se plantean si el amor perdura, si la relación es gratificante, si era esto lo que desearon: la rutina les resulta segura y se autoconvencen de que ésta es la vida que siempre quisieron tener.
Pero la relación es de dos, y si la balanza se desequilibra, se produce el temido momento del “te dejo”.
Aquellas personas que han hecho caso omiso a que algo no iba bien, han adoptado la técnica de la avestruz que esconde la cabeza: no han querido darse cuenta, no han querido escuchar y no han querido solucionar los problemas, y ahora viene el momento delicado: el llanto y el crujir de dientes.
El miembro de la pareja que ha decidido acabar con todo lleva un proceso de desgaste en el que a pesar de sus intentos de que las cosas funcionen ha sentido impotencia, frustración y en muchos casos rencor.
No es que quieran el mal de la otra persona: simplemente necesitan con desesperación aire fresco, sentirse escuchados, comprendidos, apoyados, algo que no han tenido y que se ha ido haciendo tan patente como para que su decisión normalmente sea firme, a pesar de las promesas de cambio de la otra persona.
Cuando se plantean las situaciones así (que es un tipo de ruptura distinta a las discusiones diarias, infidelidades o problemas derivados de adicciones, etc), las rupturas por distanciamiento y desgaste, pueden llevar a situaciones en las que la persona abandonada actúa con muy poca madurez.
Suele adoptar la posición de víctima, rogar a su pareja, intentar de repente hacer todo aquello que se le demandaba durante años, pero ya no hay solución.
En estos casos suelen caer en situaciones de depresión y de ansiedad: tienen miedo al futuro, a la vida en solitario, a “quedarse solos” (qué egoísta es este sentimiento).
Es difícil que puedan hacer una labor de introspección que les lleve a comprender que el “fuera de servicio” llega por muchas cosas en las que su responsabiidad es un factor importante.
Pero es absolutamente necesario que recapaciten, seguir hacia adelante como víctimas inocentes les hará caer en los mismos errores y en las mismas tragedias.
El “no voy a poder”, “no soy capaz de afrontar esta situación”, “qué va a ser de mi a partir de ahora”, son quejas habituales.
Enseñarle a la persona a darse autoinstrucciones positivas, a buscar solución a los problemas prácticos que se le plantean es necesario para que poco a poco pueda ir recuperando la autoestima.
También es habitual que busquen el consuelo en sus allegados, algo que en principio es muy positivo, pero esa forma de ser, un tango egoísta hace que en realidad sólo quieran ser escuchados, no aconsejados.
Y ser escuchados como un taladro, sin reparar en que entre la escucha y la comprensión de un amigo o familiar y convertirte en el/la enfermera de la persona abandonada va un mundo, puede llegar a producir rechazo en los allegados que se sienten saturados.
El “no puedo” es un claro “ni lo voy a intentar”, y la persona lo primero que tiene que tener en cuenta es que no está ante una situación hipotética, está ante una realidad en la que no cabe el “me enfado y no respiro”.
Hay que tomar decisiones, aprender a salir lloradito/a de casa, analizar los problemas con los que nos encontramos, hacer cambios en la forma de vida, pedir ayuda si es necesaria para ir dando forma a una nueva trayectoria personal que nos haga crecer como personas, como seres humanos capaces de vencer las adversidades y superar el dolor.
El histerismo en estas situaciones agrava el problema. Cuando una persona entra en pánico y lo ve todo como insuperable, cada vez se encuentra más desesperada y ansiosa, es incapaz de tomar decisiones, duda de todo, pensar en mover un dedo ya le supone una hazaña épica.
Necesita recuperar la calma, y entender que, efectivamente está pasando por una situación muy desgraciada, pero mantener la calma, pensar en soluciones poco a poco, aceptar el mal momento con la confianza en un futuro mejor, le hará más llevadero el momento.
Especialmente importante es este tipo de rupturas cuando hay hijos. Involucrarles, hacerles ver nuestro malestar, nuestro miedo, llorar por las esquinas, puede tener consecuencias desastrosas.
Los chicos pueden sentir miedo del futuro al darse cuenta que uno de sus progenitores “no pilota” en absoluto, pueden perder el respeto o sentir desprecio hacia la actitud que toman.
Es lógico que sepan que el núcleo familiar está pasando por una situación dolorosa, que a ellos mismos les atañe, pero añadirles dolor por la impotencia de ver el sufrimiento extremo de uno de sus progenitores no hace bien a nadie.
Si alguien cercano a ti sufre una desgracia, le animas, le intentas insuflar fuerzas, le haces sentir capaz de superar la situación.
Eso mismo tienes que hacer contigo: darte autoinstrucciones positivas, planificar formas de pasar el trago (que no es eterno) de la mejor manera posible.
No caer en catastrofismos sobre una vida solitaria (siempre me acuerdo de la pobre señora que los cangrejos le comían las ropas en el Muelle de San Blas).
Es normal el dolor, es normal la decepción, y el miedo, pero el miedo no puede paralizarte: analiza, pide ayuda, haz un plan para resurgir, céntrate en los pequeños avances, date pequeños caprichos, SIÉNTETE ORGULLOSO/A DE TI.
La histeria nubla la razón, impide pensar, conduce al pánico, pero recuerda: estamos hablando de algo que ya está pasando, no es momento de perder el norte, es momento de centrarse, sufrir, tirar y esperar a un futuro que va a ser tuyo y va a ser bueno.
RUPTURA DE PAREJA: NO TE CREAS TODO LO QUE TE DICEN
Una crisis de pareja suele desembocar en una crisis personal donde nos cuestionamos nuestros propios actos, conductas y emociones desde un filtro de culpa y sentimientos negativos hacia nosotros mismos.
La propia crisis supone que tu pareja te está cuestionando y existe un mecanismo completamente normal que se despliega en estos momentos: LA JUSTIFICACIÓN.
En ocasiones nuestra pareja se aleja y nos damos cuenta, intentamos hablar, razonar, buscar soluciones y normalmente cuando le planteamos el hecho de habernos dado cuenta de que algo va mal en la relación.
La otra persona reaccionará atacando: es más sencillo culpar a la otra persona, hacerse la víctima de la situación que reconocer que existe un enfriamiento, del que lógicamente es consciente.
Esto supone una sensación de inseguridad en la persona: no dispone de datos para saber QUÉ es lo que va mal, solo sabe que va mal, y si le reprochan determinadas actitudes, probablemente crea que son ciertas, o al menos, le entrará una duda razonable.
Cuando esta situación no se produce en una crisis, sino en una situación de ruptura (pongamos una infidelidad), la persona que se ha alejado no reconocerá normalmente la situación, tenderá a culpabilizar a la otra parte, esgrimiendo razones como que es una persona distante, que no le hace caso, que ya no es su prioridad la pareja, que se ha descuidado, que le hace sentir solo (me refiero a persona, no a que sea hombre o mujer).
El momento de crisis o ruptura inesperada supone un tsunami emocional, nos hace perder pie, nos sentimos desorientados y cualquier cosa que nos digan nos la podemos creer mucho más fácilmente.
Con un poco de suerte, si la ruptura se produce, y pasado un tiempo prudencial, la persona última en enterarse de que aquello iba mal, podrá reflexionar sobre lo que ocurrió y hacer un balance sobre lo ocurrido.
Tal vez la acusación de "tú cada vez eras más pasivo" obedece a un proceso en el que la persona aceptó un periodo previo en el que su pareja (supuesta víctima), estaba malhumorada, cansada y más pendiente del móvil que de mantener una conversación.
Tal vez la acusación de "apenas teníamos relaciones sexuales" se debiera a esa alarma interna que nos dice que algo va mal en la relación porque las cosas no son como antes, porque la relación sexual está más carente de caricias y se restringe a un acto puramente fisiológico que nos deja vacíos....
En otras ocasiones la ruptura no deja claros los motivos y la persona sufre tremendamente al no saber las causas reales, y se cree lo que le dijeron cuando perdía pie, produciendo una bajada de autoestima y una más que predecible inseguridad en las relaciones futuras.
No te creas todo lo que te dicen, especialmente en momentos de crisis o de ruptura. Los motivos que te dan pueden no ser totalmente ciertos, pero cuando alguien carece de motivos, se los puede inventar.
Cuidado con los "busqué lo que no me dabas". Si no se lo dabas es porque igual no se lo merecía.
Cuidado con "la relación se enfrió". Si confiabas en esa persona, tal vez notabas ese enfriamiento, y sí, eres responsable de no haberlo hablado en su momento, o tal vez lo intentaste hablar y te dijeron que eran imaginaciones tuyas.
Tal vez sólo asististe con preocupación a un enfriamiento que iba helando tu propia sangre, pero con el que no pudiste luchar.
Cuidado con "todo era más importante que yo", especialmente si la otra persona dejó de cuidar la relación o no te ayudaba a sacar adelante el hogar, dejando que te consumieras remando en soledad para sacar adelante a tu familia.
Cuidado con el "siempre estabas de malhumor". Igual era cierto. Muchas veces nos amargamos y estamos enfadados con el mundo, y, curiosamente, es más probable que ocurra cuando nuestra vida no nos satisface, cuando nuestra propia pareja, esa que ahora se hace la víctima, fue más una piedra en el camino que un compañero de viaje.
Revisa los motivos, analiza lo que ocurrió, pero hazlo desde tu propia perspectiva, intentando mantener la objetividad.
Tú sabes lo que pasó, no te creas que pasó lo que la otra persona te cuenta, especialmente si esa persona no se portó bien contigo. Si no fue noble en la relación, menos lo iba a ser en la ruptura.
El tiempo y un repaso objetivo te ayudarán a recuperar la confianza en ti. Jamás le concedas demasiado crédito a lo que te dice alguien cuando se intenta justificar. Recuerda que entre los humanos funciona mucho el "NO HAY MEJOR DEFENSA QUE UN BUEN ATAQUE"
RUPTURAS: DEJAR UNA RELACIÓN NO HACE QUE SE ACABE EL MUNDO (AUNQUE LO PAREZCA)
La ruptura de una relación de pareja es vivido en muchas ocasiones como el fin de todo aquello que suponía nuestra “vida normal”.
Sufrimos porque recordamos a la persona con la que estábamos, pero esto, en serio, es una TRAMPA PSICOLÓGICA.
En nuestro interior lo que nos ocurre es el temor a emprender un nuevo camino en solitario, en muchas ocasiones sin tener actividades de ocio o amigos a los que llamar.
Las rupturas no suceden porque alguien de repente tenga el capricho de dejar atrás una relación.
Normalmente hay señales de alarma que o no vemos o no queremos ver, o simplemente nos sentimos cómodos en la situación y pensamos que será una situación pasajera.
Al principio las personas sí creen ciegamente que la ruptura se ha producido de forma espontánea, y no son capaces de reconocer que tal vez, por su parte, las cosas ya no fluían como antes, y que donde había pasión y compromiso, ahora hay tedio y rutina.
Probablemente el terror que produce enfrentarse en solitario a la vida, hace que consideremos que “más vale malo conocido que bueno por conocer” tenga un sentido positivo.
Muchas personas no saben cómo empezar a construir su nueva vida, porque se han dejado llevar por una situación de comodidad en la que no necesitaban hacer esfuerzos por planear el ocio o ni siquiera se planteaban un sábado en solitario.
Ahora empieza el drama, la paralización, la incapacidad de ver salidas y las ideas irracionales como “qué pensarán” al ver sola en una terraza a una persona tomando algo.
El primer trabajo de reconstrucción de la persona es que aprenda a darse tiempo: no hay que buscar un parche emocional, porque eso sólo produce una cascada de fracasos.
Comienza la nueva era: querernos, aceptarnos, intentar mejorar aquello que no nos gusta de nosotros mismos y aprender algo que de niños sabíamos perfectamente: elegir aquellas actividades o amigos que nos suponían una fuente de satisfacción.
Ese tiempo de querernos y conocernos es clave para establecer una personalidad más sabia, segura y con capacidad de luchar por sus sueños, sin crearse dependencias ni necesidades.
Para avanzar en este camino la primera regla es no juzgarnos a nosotros mismos, dejarnos del “que dirán”, porque más personas de lo que podemos imaginarnos, están pasando por la misma situación , y otras muchas, si tuvieran el suficiente coraje, romperían con relaciones en las que se sientes atrapad@s.
Empieza con la lista de cosas que te dejaste por el camino, o que nunca tuviste tiempo de hacer, busca grupos de actividades (no todo en la vida es buscar pareja).
Piensa que todas las personas que están en esos grupos han pasado por lo mismo que tú, y han optado por salir y disfrutar, dejando atrás sus miedos.
Así que piensa por un momento: AHORA ES TU MOMENTO, no lo dejes escapar!
LA MALA SUERTE EN EL AMOR
Es cierto, no vamos a negar lo evidente, hay gente que tiene la suerte de su vida encontrando a la pareja perfecta y viviendo una vida maravillosa con fuegos artificiales y perdices en el tupper.
3. Son 3, que los tengo contados.
Las relaciones de pareja suponen un esfuerzo continuado para ir cediendo, avanzando, encajando.
Hay que tener más moral que "el negociador" para conseguir el equilibrio perfecto de la pareja, ese momento en que ya no son las hormonas, las mariposas en el estómago y los buenos propósitos de "ser mejor persona para el otro".
Ese momento en que ya lo que pensamos en nuestra propia estabilidad, que vemos los defectos del otro y el otro los nuestros y eso no nos impide avanzar.
Pero existen personas que parece que jamás tienen suerte en el amor: pasan de una relación mala a otra peor.
Es cierto que acumulan historias como para escribir un libro de anécdotas tristes y siniestras. El que no "cojea, renquea", y claro, la persona es a veces incapaz de sentarse enfrente de un espejo y decir: "¿son los otros o soy yo?".
Si has pensado alguna vez que tienes imán para la gente rara, párate. No vuelvas a decir eso, es demasiado fácil dejar a la causalidad el maltrato al que estás sometiendo a tu corazón por no hacer algo tan simple como: NO BUSCAR, NO CONFORMARTE. ESPERAR.
No te decidas por relaciones que no te convencen completamente, que presenta agujeros negros que intentas no ver, que piensas que con el tiempo desaparecerán, que la persona cambiará...cada uno somos lo que somos, y todos tenemos nuestra parte oscura.
Lo que hay que encontrar es la persona que sepa cuales son nuestras partes más complicadas, que sepamos cual es su peor versión y no resulte algo que mejor enterrar y hacer como si no existiera: o se puede con ello o no se puede, y si no se puede no se podrá, y entonces llegará la ruptura y la enésima queja de "tengo muy mala suerte".
Si te conoces, si sabes lo que te gusta, te emociona, te motiva, también sabrás lo que no soportas, te aburre, te enerva o consideras inaceptable.
Son puntos que tienen que prevalecer sobre las fastidiosas mariposas en el estómago. Los puntos fundamentales de tu vida deben prevalecer sobre el "ya cambiará".
Las personas pueden mejorar, claro, pero cambiar, cambiar...es algo complicado.
Deja de buscar. Corres el riesgo de caer en la desesperación y quedarte con lo primero que te encuentres (lo que ocurra no va a ser fruto de la mala suerte, será algo previsible).
Todos tenemos personas afines. La paciencia, la construcción de una vida plena puede resultar más atractiva para otras personas.
El poder decidir y el saber renunciar son opciones válidas: si en la frutería te llevas manzanas duras por no esperar que en media hora traigan un nuevo pedido, no te quejes de la mala suerte de la manzana que compraste: llévate otra fruta o espera que llegue el pedido de fruta madura y perfecta, y entonces, estira tu dedito acusador y di: "ésta".
Deja de maltratarte, deja de repetirte lo de "la mala suerte en el amor", líbrate de ese estigma.
El amor llegara, cuando no confundas compañía con amor. Cuando te des cuenta que el jersey de mercadillo hace bola aunque cueste cuatro duros y más vale ahorrar un poco y comprar ése jersey un poco caro pero que dura eternamente.
Ahora puedes pasar de ser la persona que busca el amor a la persona que deja que el amor le encuentre.
Suerte, vales más de lo que estás diciendo, así que mirada al frente y paso firme.